Un museo del horror, en realidad. ¿Es que cualquier guerra no lo es?
En Mleeta se expone, a modo de trofeo, toda clase de armamento israelí capturado en aquella época de resistencia libanesa, especialmente en una gran superficie llamada el abismo. Ver al fondo del mismo tal cantidad de instrumentos armamentísticos, de cascos, en definitiva tantas reliquias de muerte, me deja mal cuerpo, una sensación extraña. En tan sólo unos días he percibido los enfrentamientos pasados, y aún muy presentes, en ambos bandos. Hace unos días estuve viendo la miseria en la que sobreviven los refugiados palestinos, aquellos cuyo país está en manos de los llamados enemigos, sobre los que aquí mismo se celebra una victoria. Dos diferentes caras, que han provocado desiguales consecuencias seguramente.
Junto al abismo una plaza. Desde aquí comienza un sendero por el que se encuentran diseminados todo tipo de armamento y figuras que representan a soldados camuflados. También se encuentra una cueva de gran productividad durante la guerra, la cual desemboca en un mirador con unas vistas espectaculares de la región.
El trayecto continúa con otro camino que era parte de la línea de fuego en los enfrentamientos, un bunker, y la plaza de la liberación, que no es ni más ni menos que un jardín regado con varias armas, y una plazoleta con un monumento conmemorativo.
Nuestra siguiente visita en el museo es a una sala de exposiciones, con más armamento capturado a Israel, y a la colina, una amplia superficie a la que se llega desde unas escaleras que parten de la plaza anterior. Desde allí arriba contemplamos unas vistas también soberbias.
A nuestra salida del lugar, allí en la plaza nos despide un árbol, o más exactamente, un sencillo tronco que me llama tremendamente la atención. Tras tanto recuerdo del poder destructivo del hombre es un árbol quien nos despide del lugar donde la tierra habla a los cielos.
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