miércoles, 3 de agosto de 2011

Un puente y la segunda mezquita...

Llegamos a un barrio llamado Hamra, al que volveríamos en días posteriores, y buscamos un local donde tomar algún refrigerio, llamado comúnmente cerveza fresca. En uno de ellos no servían alcohol, pero sí comidas, o quizá refrescos simplemente. En definitiva, nuestros idiomas no se entendieron y salimos de allí.
Aunque pronto encontramos otro bar, más de tipo occidental, al que no nombraré para no darle publicidad dado lo que nos ocurrió allí. Los dos consumimos una Almaza, la birra autóctona, a la que acompañó el camarero con una taza de algo que en un principio confundimos con algún raro fruto seco, y que por consideración hacia mi sentido del ridículo, y dado que al igual que mi compañero de aquel día preferimos obviar tal anécdota, diré simplemente que durante un rato comimos un plato nada apropiado a nuestros intereses, como nos confirmaron otras personas aquella noche. O sea, que nos vieron cara de turistas. Eso sí, el cuenco repleto de palomitas se agradeció.
Continuamos camino, y llegamos al puente... Desde allí, según las instrucciones que Ahmad le había dado a Carlos durante el almuerzo anterior en La Corniche, había que pasar por dos mezquitas y allí mismo se encontraba su casa. De hecho nos señaló el punto exacto en un mapa. Así que no había pérdida, el puente y sin cruzarlo, la segunda mezquita. Fácil, estaba tirado...
O eso creíamos, hasta que tras buscar y no encontrar el camino que continuaba tras el puente, tras pasar por una mezquita, por otra, volver sobre nuestros pasos una y otra vez, y volver al dichoso puente, nos dimos cuenta de que nos habíamos perdido.

Finalmente, y con mucho pesar en nuestro orgullo, llamamos a Ahmad para que nos indicara el correcto camino de vuelta a casa. Le dijo a Carlos que pasara el teléfono móvil a algún viandante, así que un señor que se encontraba sentado en la terraza de un bar, se encontró de pronto con Carlos pasándole el móvil e indicándole con el mejor árabe que sabía, esto es, mediante señas, que cogiera el teléfono. Este hombre, sin tener tiempo de comprobar si por allí había alguna cámara oculta, recogió el móvil de aquel extraño y se puso a hablar con Ahmad, quien al otro lado de las ondas se enteró de dónde nos encontrábamos, y le dijo a aquel señor que nos quedáramos allí quietos y paraos.
Aquel hombre nos señaló unas sillas para que nos sentáramos, y frente a aquel bar estuvimos durante unos minutos, sin consumir nada, esperando que viniera Ahmad a recogernos en el coche. Cuando llegó nuestro amigo le aclaramos, por supuesto con educación y respeto, que se había equivocado, que nos había indicado mal el camino de vuelta a casa. No obstante, nos habíamos quedado muy cerquita del destino.

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