Ahmad también se encontró con el mar Muerto. Mojó sus pies y salió. Nos metimos en la ducha para despojarnos de sal. Con toda la que salió podíamos haber montado un negocio..., y habernos forrado.
Abandonamos la playa, y con las ropas ya casi secas, subimos a la furgoneta con rumbo a alguna parte. El día había resultado muy intenso, no me imaginaba qué otra sorpresa nos podía deparar.
Durante el trayecto de vuelta a Amman, Ahmad nos preguntó algo acerca de un camello. Le dije que sí, aunque no entendía bien de qué hablaba. Un rato después paramos en el arcén de la carretera. Ahmad y Halil hablaron con alguien; estaban fijando el precio. Parece que lo del camello iba en serio. Pedían tres dinares (lo que al cambio equivale a tres euros); se los di.
Bajamos de la furgoneta y nos encontramos en una recta de una carretera, en algún lugar de Jordania. Allí estaba el camello y el camellero. Había aceptado subir en él, en el camello, así que no podía fallar; además había pagado ya la tarifa. El camello estaba reposando, arrodillado. Subí y al poco bajé, una foto y ya está.
Entonces Mariví se atrevió a imitarme y subió a continuación. Fue entonces cuando el camello, a traición, decidió (o quizá fue el camellero quien tomó tal decisión) levantarse..., con Mariví subida. El susto que se llevó nuestra compañera fue de aupa el Erandio. Ante su insistencia en que la bajaran de allí, el camello bajó; y cómo bajó el animal. Desde luego no se sentó suavemente, no.
Entonces Mariví se atrevió a imitarme y subió a continuación. Fue entonces cuando el camello, a traición, decidió (o quizá fue el camellero quien tomó tal decisión) levantarse..., con Mariví subida. El susto que se llevó nuestra compañera fue de aupa el Erandio. Ante su insistencia en que la bajaran de allí, el camello bajó; y cómo bajó el animal. Desde luego no se sentó suavemente, no.
Visto lo cual, envidioso yo, mostré mi formal queja sobre el hecho de que el camello no había decidido levantarse conmigo encima, aunque dada mi masa corporal podía ser comprensible. Así que me instaron a que volviera a repetir. Me costó nuevamente ponerme a horcajadas en el camello, dada mi escasa flexibilidad. Pero cuando lo hice, comprobé que el susodicho se movía, se estaba levantando. Con buen criterio tuve a bien agarrarme al borrén delantero, como un cowboy de tres al cuarto. Y ya de paso también al trasero cuando comprobé que no sólo se había levantado si no que también estaba andando.
Dio un brevísimo paseo, trazando una circunferencia sobre el lugar, y el camellero le instó a que volviera a arrodillarse para que me bajara. Comprobé personalmente la brusquedad con que el animalito aterriza en la arena, me bajé y volvimos a subir a la furgoneta para continuar hacia Amman. Una nueva e interesante experiencia ésta de montar en camello.
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