Por la tarde Carlos y yo decidimos dar un paseo, pero no muy largo puesto que no es sencillo guiarse por las calles de Amman. Y es que esta ciudad se fundó sobre siete colinas, y la desigual distribución urbanística resulta un tanto caótica.
Un rato después nos dirigimos todos, incluyendo Walid y esposa a la casa de un consejero real de Jordania. Nada más y nada menos.
Habíamos sometido a votación si aceptábamos la invitación que nos había hecho tal celebridad. Por una parte no sabíamos ni papa de los protocolos a seguir en este tipo de actos, por otro lado no contábamos con indumentaria adecuada, esto es, trajes o similares. Sin embargo, podía ser ofensivo para el consejero el que rechazáramos la invitación. Y además, qué caramba, era una experiencia ciertamente única la que se nos presentaba, visitar a alguien relacionado con la casa real. Nada más y nada menos.
Así que nos pusimos la mejor ropa que teníamos a mano, es decir, pantalones vaqueros y similares, y nos fuimos hacia allá.
El rato que estuvimos en su casa, concretamente en el patio de la misma, fue agradable. Mezclando inglés con árabe, compartimos charla, algunas risas, y algunos también un narguilé. Y en todo ese tiempo nos acogió con cordialidad, con cierto aire campechano incluso. Tampoco su casa mostraba un aspecto suntuoso.
Nos despedimos de él y marchamos hacia el siguiente compromiso social de la noche. Finalmente, pese a nuestras reticencias iniciales, visitar a un consejero real había sido un orgullo y una experiencia inolvidable. Nada más y nada menos.
Habíamos sometido a votación si aceptábamos la invitación que nos había hecho tal celebridad. Por una parte no sabíamos ni papa de los protocolos a seguir en este tipo de actos, por otro lado no contábamos con indumentaria adecuada, esto es, trajes o similares. Sin embargo, podía ser ofensivo para el consejero el que rechazáramos la invitación. Y además, qué caramba, era una experiencia ciertamente única la que se nos presentaba, visitar a alguien relacionado con la casa real. Nada más y nada menos.
Así que nos pusimos la mejor ropa que teníamos a mano, es decir, pantalones vaqueros y similares, y nos fuimos hacia allá.
El rato que estuvimos en su casa, concretamente en el patio de la misma, fue agradable. Mezclando inglés con árabe, compartimos charla, algunas risas, y algunos también un narguilé. Y en todo ese tiempo nos acogió con cordialidad, con cierto aire campechano incluso. Tampoco su casa mostraba un aspecto suntuoso.
Nos despedimos de él y marchamos hacia el siguiente compromiso social de la noche. Finalmente, pese a nuestras reticencias iniciales, visitar a un consejero real había sido un orgullo y una experiencia inolvidable. Nada más y nada menos.
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