Tras la limonada y el billar entramos en una antigua iglesia que se encuentra junto al bar. Después paseamos por calles del lugar, hasta una playa pública. Entonces nos dio por comer un helado; apetencia extrañamente típica cuando se está en una playa y además hace calor. Le preguntamos a Mariví, quien decidió que también quería. Así que sin dar más explicaciones comenzamos una misión, que en apariencia resultaba sencilla, comprar tres helados, pero que se antojaría embrollada, y que resolveríamos casi satisfactoriamente un buen rato después, al encontrar por fin una heladería, en un lugar bastante distante de la playa desde la que habíamos partido.
La resolución de esta misión supuso un helado para Carlos, mas consideramos que difícilmente no se derretiría el helado de Mariví en el camino de vuelta, así que regresamos con la tarea cumplida a medias.
Al llegar nos explicó Ahmad que a tan sólo unos metros de la playa había un puesto de helados; es decir, que habíamos dedicado un tiempo innecesario en la búsqueda.
También nos explicó nuestro amigo que había rescatado a uno de sus hijos del agua, donde se había adentrado más de la cuenta. Ya que ninguno de los ciudadanos que se encontraban próximos tuvo a bien echarle una mano a su hijo, Ahmad se despojó en un momento de la vestimenta y se lanzó al agua para sacarle de allí. Un gesto de padrazo que nos perdimos Carlos y yo por perseguir otra misión, la de buscar unos helados perdidos.
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