domingo, 14 de agosto de 2011

La sorpresa de Mariví (4). Neuronas atrofiadas

No sólo nos ha tocado esperar, que bastante es. Además, Álvaro y Ahmad son interrogados en algún otro lugar del hall. Los empleados que lo hacen, por separado a cada uno de ellos, les plantean todo tipo de preguntas de interés nacional, del tipo de cómo has conocido a tu amigo libanés, sabes dónde trabaja, qué hace en su tiempo libre, por qué vais con él, y una larga retahíla de preguntas de 'suma trascendencia', que tienen por objeto que cualquiera de ellos declare incluso haberse líado con Belén Esteban. Menos mal que Ahmad no confesó que durante unos años fue árbitro de baloncesto.
Tras responder estúpidas preguntas, dignas del estúpido funcionariado de allenby, nuestros amigos volvieron con nosotros a la sala de espera..., para seguir esperando.

Y también para continuar contemplando más situaciones surrealistas, que de no ser porque nos encontrábamos en una aduana nacional, hubiéramos creído que estaban preparados para algún programa televisivo de cámara oculta.
Con nosotros en la sala de espera se encontraban bastantes árabes esperando que les llamaran para acudir a alguna ventanilla. Daba igual su nacionalidad, condición física o edad; allí les tenían recluídos durante horas hasta que alguno de los funcionarios de una ventanilla, que representaba muy bien su papel de no hacer nada, les llamaba para sellar su entrada a Israel. Tras esto aún les quedaba al menos otro trámite: que en otro hall contiguo les registraran sus pertenencias. Lo cual, según pudo ver Álvaro en la visita a su 'interrogadora', hacían sin ningún pudor ni recato. A mí se me antojaba que el trato que allí se daba a los árabes era cuanto menos sonrojante. Claro que de unos insustanciales funcionarios no se podía esperar demasiado.
De hecho, ni tan siquiera el que dedicaran alguna neurona a pensar, o al menos era lo que se desprendía de su comportamiento cuando llamaban a algún árabe a una ventanilla. El funcionario desde su atril, o en ocasiones desde fuera de él, gritaba el nombre de la persona cuyo papeleo iba a ser tratado. Curiosamente se mostraba desconcertado cuando, tras gritar Ahmad o Mohamed, por ejemplo, veía como se levantaban varios de sus asientos. Sus neuronas tardaban en activarse y darse cuenta de que siendo árabes la mayoría, resultaría más práctico mencionar sus apellidos, no sus nombres.

Nuestros planes de ver Jerusalén se estaban desmoronando. Tan larga espera en la aduana resultaba un lastre con el que no contábamos. Sí que en nuestra organización para este viaje de dos días, habíamos previsto una cierta pérdida de tiempo en la aduana, mas no calculamos que durara más que una hora a lo sumo; desde luego nunca más de cuatro horas.
La idea original era llegar a Jerusalén, organizar sobre la marcha la visita a los lugares más emblemáticos, ir al alojamiento que el padre nos había reservado en Belén, madrugar y ver Belén durante la mañana, e iniciar viaje de regreso, puesto que debíamos estar en esta misma aduana antes de que la cerraran sobre las tres de la tarde aproximadamente (al parecer tenía horario de apertura y cierre como un comercio cualquiera). Es decir, un viaje express, donde teníamos el tiempo justo para ver lo que pudiéramos. Y eso sin contar con que en alguno de los diferentes barrios de Jerusalén no perdiéramos más tiempo en algún control israelí.
Así las cosas, nos restaban cada vez menos horas para un viaje de dos días, que además iba a resultar algo caro, sumando estancia en el hotel, desplazamientos varios y el visado para entrar en Israel, o más bien para salir de allí, que no era nada barato precisamente.

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