Algo me despierta. Es una voz lejana, procedente de una mezquita, difundida por un micrófono. Miro pero no veo, aún hay oscuridad. Cojo el teléfono y compruebo que son las cuatro y algo de la mañana. De pronto caigo en la cuenta de que es la llamada para que la gente coma algo antes de la salida del sol, y por tanto de comenzar el ayuno. Me siento sobrecogido por la situación por una parte, pero también tengo sueño, así que opto por no levantarme de la cama y me quedo dormido.
Las llamadas desde diferentes mezquitas, ya sea para la oración, o para romper el ayuno, nos resultarán cotidianas durantes estos días de Ramadan, aunque cada vez que paseando por cualquier calle oigo alguna, sigo teniendo una sensación inexplicable, un halo de espiritualidad en el ambiente quizá, que me sobrecoge.
Nos dirigimos a Tiro. Mientras buscamos aparcamiento vemos carteles que nos indican que aquella es zona chiíta. Visitamos las ruinas de Al-Mina. Estamos con los dos pequeños, quienes se lo pasan pipa. Los demás nos quedamos maravillados del lugar, y en concreto yo, además me preocupo por sobrevivir bajo aquel torrencial calor. Las botellas de agua me resultarán escasas en esta mañana, la hidratación no es la mejor posible en estos casos.
Tras visitar las ruinas, orientadas al mar, vamos al zoco de la ciudad. Es el primero de los que visitaremos durante estas semanas. Resulta atractivo andar entre aquellas callejuelas, donde se vende de todo en sus tenderetes, donde es casi un sacrilegio no regatear precios al comerciante, donde las carnes están expuestas prácticamente en plena calle, donde nuestro aspecto de turistas resalta más si cabe que en cualquier otro lugar. Visitamos el zoco con cierta rapidez. Ahmad nos dice que en Sidón, nuestro próximo destino, es más bonito. En cualquier caso, éste de Tiro me ha impresionado. No sabría cómo expresarlo con palabras más grandilocuentes. Y el de Sidón, aún me impresionará más.
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