Sin embargo no disponemos de mucho tiempo para regodearnos con el placer de sabernos huéspedes en aquella casa. Seguimos con las prisas a las que hemos estado atados todo el día, aunque ahora se trata de cenar. Walid nos pregunta qué queremos cenar esa noche y le acompañamos a una pizzeria muy cercana, a la que volveremos a pedir auxilio gastronómico en los próximos días.
Allí sobre una mesa vacía encontramos un móvil. Miramos en derredor y no vemos a su posible propietario. Según nos aclara Walid, en este país no son habituales los 'chorizos', así que la gente deja sus pertenencias con cierta confianza, y posiblemente el teléfono sea de algún cliente de la pizzeria que ha ido a hacer alguna cosa. Da gusto un país así, donde no hay que tener cinco ojos para que no te roben a las primeras de cambio. Aunque también es cierto que aquí cortan la mano a los ladrones...
Cada uno se instala en su habitación y vamos a dormir, que mañana toca madrugar, para visitar Petra. En la que estoy, posiblemente la más coqueta de la casa, tengo de compañero a Carlos, y a otros elementos, uno de los cuales se convertirá en un amigo fiel en los siguientes días. Fiel más que nada porque no se moverá de allí, el tigre de peluche.
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