Tras el almuerzo, Carlos y yo nos quedamos en La Corniche, para dar un paseo, que en los minutos iniciales resultó una tortura para mi cargado estómago.
Nos recorrimos prácticamente aquellos cinco kilómetros de trayecto y de palmeras, contemplando las evidentes diferencias entre los segmentos de playa pública y los de privada, viendo bancos con tableros de ajedrez impresos, cada uno patrocinado por alguna entidad privada; preguntándonos si los corredores con los que nos topábamos en el camino, con pinta de marines, serían el resultado de un chute de anabolizantes; o recordando en voz alta alguna de las múltiples anécdotas ya vividas en estos escasos tres días.
Pasamos frente a un pabellón de deportes, donde se recuerda en un megacartel que la selección libanesa de baloncesto había ganado recientemente algún campeonato. Compramos una nueva botella de agua, tan necesaria bajo tan acuciante calor, pasamos frente a un club megaguay, seguramente con playa privada, y se nos disparó la atención visual hacia unas señoritas que entregaban las llaves de su coche al portero del local. Seguimos andando hasta que La Corniche dio paso a un conglomerado de hoteles de lujo, en un lugar de los más exclusivos de Beirut. Como no se nos había perdido nada por aquella zona, la bordeamos y nos dirigimos a otros lugares, por los que Carlos podía orientarse para volver a la casa de Ahmad, pero que a mí incluso con un mapa en la mano me resultaban ignotos.
Recorrimos lugares llamativos para nosotros. Un monumento al antiguo dirigente Hariri, y cerca alguna muestra significativa de oposición contra él, un emblemático edificio con los estragos de la guerra civil aún presentes en su fachada, un semáforo (de los pocos que vimos en todo Beirut), un monumento en una plazoleta, típico de la época de Ramadan, otro puesto de vigilancia militar en plena acera de una calle, y el ingente número de service y taxis que nos pitaban a nuestro paso para llamar nuestra atención.
Los taxis, algo más individualizados; los services, destartaladas furgonetas que acogían a varias personas para llevarlas a su destino por un módico precio; eso sí, si el lugar al que te dirigías se encontraba en el camino del service, y no al revés.
Recorrimos lugares llamativos para nosotros. Un monumento al antiguo dirigente Hariri, y cerca alguna muestra significativa de oposición contra él, un emblemático edificio con los estragos de la guerra civil aún presentes en su fachada, un semáforo (de los pocos que vimos en todo Beirut), un monumento en una plazoleta, típico de la época de Ramadan, otro puesto de vigilancia militar en plena acera de una calle, y el ingente número de service y taxis que nos pitaban a nuestro paso para llamar nuestra atención.
Los taxis, algo más individualizados; los services, destartaladas furgonetas que acogían a varias personas para llevarlas a su destino por un módico precio; eso sí, si el lugar al que te dirigías se encontraba en el camino del service, y no al revés.
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