En la frontera jordana no estamos mucho tiempo. Revisan los coches en los que hemos llegado, nos hacen un scaner de los ojos, y alguna parafernalia más que nos demuestra que allí cuentan con ciertas medidas de seguridad. Allí mismo conseguimos los visados de entrada, y en un rato nos ponemos en marcha hacia Amman. Ese rato dura más de media hora, aunque no es más de lo que esperaba.
En nuestro trayecto circulamos por la autovía nueva, que se encuentra paralela a la antigua, de la que Walid me explica algunas cosas. No se me hace especialmente largo el trayecto, entre los comentarios de nuestro compañero y el paisaje nocturno que trato de devorar con la vista.
Llegamos a Amman, parece una ciudad grande. De hecho lo es. Llegamos a una casa, paramos para recoger alguna cosa o para que Walid haga alguna gestión. Eso es lo que me imagino, dado que la intención primigenea era que nos alojáramos en un monasterio, en el que Walid tiene ciertos contactos.
Nuestra sorpresa se desencadena cuando Walid nos dice que ahí vamos a alojarnos los próximos días. Es la casa de una cuñada, que está libre ahora. Así que descargamos el equipaje y lo entramos al interior. La sorpresa explota cuando vamos comprobando cómo es la estancia por dentro, y por fuera. Únicamente le falta la piscina, qué maravilla.
Me doy cuenta en seguida de que no sólo va a ser muy interesante todo lo que visitemos en Jordania, es que ya el alojamiento merece mucho la pena.
Me doy cuenta en seguida de que no sólo va a ser muy interesante todo lo que visitemos en Jordania, es que ya el alojamiento merece mucho la pena.
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