Hoy Ahmad nos ha preparado una sorpresa para nuestro último día completo en Líbano. Hacemos cábalas, yo comienzo a barajar posibles destinos. Pienso que la sorpresa podría ser la visita a la universidad donde él trabaja, o quizá a una embajada, o presentarnos a una nueva novia, o algo similar. La baraja de opciones se va incrementando a medida que transcurre la mañana.
No madrugamos, no especialmente. Voy anunciando el número de cábalas que me circulan por la mente, mas no quiero enunciar ninguna en concreto para no desvelar la sorpresa de nuestro amigo. Lo mismo le sucede a Álvaro al parecer.
Cuando ya llevamos un buen rato de trayecto en el coche, y mi baraja ya ha alcanzado más de 1000 posibles destinos donde Ahmad nos lleva, alcanzamos el objetivo. Ninguno hemos acertado, ninguno teníamos ni por asomo idea de adónde nos dirigíamos. Efectivamente esto ha sido una sorpresa.
Estamos entrando en Mleeta, una gran extensión en la montaña donde la resistencia libanesa se vanagloria de haber vencido a Israel, y que hace un par de años convirtió en museo. Es un homenaje patrocinado por Hezbolá a aquella victoria frente al enemigo.
El lugar en sí resulta sobrecogedor, más allá de vencedores o vencidos. Un enclave donde según reza la publicidad de la entrada, la tierra le habla a los cielos. Un lugar donde la guerra tuvo su protagonismo, como atestigua cada una de sus salas, de los lugares que conforman este mega museo.
Estamos entrando en Mleeta, una gran extensión en la montaña donde la resistencia libanesa se vanagloria de haber vencido a Israel, y que hace un par de años convirtió en museo. Es un homenaje patrocinado por Hezbolá a aquella victoria frente al enemigo.
El lugar en sí resulta sobrecogedor, más allá de vencedores o vencidos. Un enclave donde según reza la publicidad de la entrada, la tierra le habla a los cielos. Un lugar donde la guerra tuvo su protagonismo, como atestigua cada una de sus salas, de los lugares que conforman este mega museo.
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