Recién iniciado trayecto Ahmad hace parada en una pizzeria, o algo similar para comprar una especie de pizzas y unas bebidas. La noche anterior bebimos Mirinda. El volver a encontrarnos con esta bebida carbonatada, extinta en Bilbao desde muchos años atrás, nos produjo cierta suerte de exaltación melancólica. Y en esta mañana repetí la experiencia; no podía pasar la ocasión de volver a mi infancia en este país. Ya era la segunda vez en menos de 24 horas.
Cogimos las pizzas, elaboradas ante nuestros ojos, las bebidas, y nos subimos al coche. Ahmad quiso que nos tomáramos nuestro desayuno de camino, dentro del vehículo. Él había comenzado ya el ayuno.
En el camino hacemos un alto para ver una antigua estación de tren. El uso del ferrocarril en Líbano está en desuso. En este país los pocos que lo utilizan son posiblemente unos cuantos niños frikis que juegan con sus locomotoras de juguete. Para los demás está la emoción del transporte por carretera.
En cuanto nos adentramos por la maleza de esta estación abandonada, surge de entre los árboles un personaje misterioso. Nos sigue a cierta distancia durante todo nuestro recorrido, sin decir nada, sólo observa. Dice Ahmad que está esperando a que saquemos alguna foto para venir a reclamarnos algún tipo de derecho de imagen, vía pedirnos la voluntad. Es decir, un aprovetxategi de los turistas que por allí pasan. El negocio es el negocio. Aunque en esta ocasión no obtiene satisfacción, dado que Carlos saca dos fotos de estrangis, que por supuesto no cotizamos.
Tras esta breve visita y el deseo de volver al día siguiente para sacar fotos en condiciones, llegamos a otro punto de interés turístico, la piedra más grande del mundo. En un primer momento pienso que Ahmad nos está tomando el pelo, pero ahí está. Ésta es.
Unas fotos y ya nos dirigimos a nuestro destino de esta mañana, Baalbek. Aunque por el camino aún nos seguiremos sorprendíendo.
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