domingo, 7 de agosto de 2011

A la puesta del sol

De vuelta al coche pasamos por una casa, más bien un chalet de buen ver, en cuyo jardín nos colamos para contemplar una bonita puesta de sol. No estaba mal aquel sitio para vivir, o al menos para veranear. Así que, puestos a soñar, comenzamos a hablar de loterías primitivas, quinielas y ese tipo de recursos al que un pobre alude cuando quiere dejar de serlo.
Pasamos por el puerto, pequeño pero coqueto bajo los rayos del atardecer, y nos marchamos de vuelta a Beirut.


En la capital libanesa aún nos esperaba una salida nocturna. En Hamra compramos unos bocadillos en los mismos bares de fast food que la vez anterior. Los míos, diferentes a los que ya había comido, me supieron aún mejor. El Fransisco y el otro cuyo nombre no recuerdo me resultaron excelsos. Incluso al día siguiente, cuando algunos de nosotros notamos cierta 'flojera', no me arrepentí de haber saboreado estas delicias, que lo eran incluso siendo de comida rápida.
Mientras las comíamos, en esta ocasión en plena calle, aparecieron Carlos y Rita, una señorita que conocimos en nuestra primera salida nocturna beirutí. La noche continuó en la zona centro de la ciudad, donde Ahmad aparcó el coche en un curioso parking. En él metió el coche, le dejó las llaves al guarda, y al volver varias horas después, el vehículo estaba perfectamente aparcado..., fuera del parking. Es decir, tuvo que pagar para dejar un coche en un parking, que sin embargo le aparcaron en plena calle. Curioso sistema.

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