Volvemos a Beirut. Aunque antes pasamos por Sidón, nuevamente, para comprar los souvenirs libaneses que aún tenemos pendientes. Es cuestión de minutos, la compra es rápida, el regateo de Carlos a uno de los vendedores, también. Me ahorra algunas libras.
Volvemos al coche, pero pronto saldremos de él. Alguien nos avisa de algo señalando el vehículo. Pensamos que se refiere a la puerta de atrás, que parece que esté abierta; ya nos lo han advertido como mínimo otras cien veces, aunque está cerrada en realidad. No, no se trata de eso, es más bien que hay una rueda pinchada. En un taller la reponen, tardando bastante menos de lo que esperaba. Ahora sí, volvemos a Beirut.
La tarde la dedicamos a hacer algunas compras. Mariví recoge unas pulseras que encargó hace unos días, todos compramos frutos secos en una tienda cercana a la casa del padre de Ahmad. Y a esa casa volvemos para cenar. Nuevamente nos invitan a romper el ayuno con la familia. Un nuevo honor que nos es concedido. De nuevo degustando platos exquisitos, de nuevo compartiendo unos momentos tradicionales musulmanes. De nuevo volvemos a agradecer tanta hospitalidad, el té tomado esta vez en el balcón de la casa, respirando el aire nocturno beirutí.
Desde allí voy con Ahmad, Carlos y Rita, quien quiere despedirse de nosotros, aunque de alguno más que de los otros, a un bar donde tomamos alguna cosa. No pienso mucho en ello pero soy consciente de que echaré de menos aquellas noches, y en general, aquellos días en Beirut.
Volvemos a la casa, a dormir por última vez en aquella cama de spiderman.
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