Al salir del Castillo del Mar pasamos por un restaurante en el que parece que preparan un falafel inigualable. No podemos comprobarlo, dado que no sirven comida hasta la hora de romper el ayuno. Encargamos en su lugar unos dulces, con aspecto de turrón, en una pastelería. Y nos marchamos de Sidón rumbo a casa...
O eso creíamos, porque al pasar junto a una mezquita, vemos que Ahmad acerca el coche, lo aparca, y nos dice que vamos a entrar. Mariví pregunta, más bien afirma que ella no puede, que no le está permitida la entrada por el simple hecho de ser mujer. Le ofrecemos abiertamente la opción de que nos soborne para que consigamos que le dejen entrar. Ya llevamos unos días con la misma broma. Ella ya está convencida de que no podrá entrar en ninguna mezquita... Pero lo hace.
Primero que nada, en la puerta le es entregada la vestimenta que le cubre el cuerpo y el pelo. Le sacamos una foto con tan novedosa ropa, y nos disponemos a entrar. Noto en seguida cierto nerviosismo. El lugar ya visto desde fuera impresiona, pero aún más una vez dentro.
Entramos, una persona nos cuenta detalles de la mezquita, Ahmad nos traduce. Allí permanecemos, junto a la puerta, con una sensación cada vez más acuciante de que somos unos intrusos en aquel lugar sagrado. Desde allí, casi sin atrever a moverme, contemplo los techos, las bóvedas sobrias en sus adornos, pero con buen gusto, las enormes y magnánimas lámparas, especialmente las de la nave central, los ventanales; trato de observar cada detalle para retenerlo en la memoria.
Aunque lo más increíble, lo que más me impresiona, no está en las alturas, se encuentra frente a nosotros. Allí delante una exorbitante alfombra, un enorme espacio sin más mobiliario que unas pocas sillas o un armario repleto de libros del Corán, a mi izquierda, que la gente coge para rezar.
Ver aquella gente, sentada, arrodillada o tumbada sobre aquel mayúsculo tapiz me resulta impactante. Alli el creyente se encuentra directamente con Alá. Aquello irradia espiritualidad.
Iba a comenzar la oración, así que salimos. Y lo hicimos a un patio espléndido. Y algunos visitaron también la gran sala de baño, donde los fieles se asean. Todo aquel recinto me parecía excelso. Pero habíamos de proseguir el trayecto. Mariví volvió a descubrir su ropa anterior y su pelo, y nos fuimos de la Mezquita Hariri de Sidón.
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