domingo, 14 de agosto de 2011

La sorpresa de Mariví (5). Hospitalidad israelí

Resultaba muy irritante tanta espera para sellar unos pasaportes. Ya habíamos ido a hablar con algunos funcionarios, para recordarles que aún seguíamos allí esperando. La última vez nos dijeron que esperásemos cinco minutos. Desde entonces había transcurrido más de una hora...
Entre nosotros comentamos la opción de ir a reclamar los pasaportes..., para volver de nuevo a Jordania. Estuvimos un rato debatiendo sobre esa posibilidad, que cada vez cobraba más sentido. Me preocupaba que esto pudiera ser motivo de división entre nosotros. Además, me resistía a renunciar a este viaje, aunque mi sentido común me decía que era lo más aconsejable dada la situación.
Mientras seguía meditando estas cuestiones, Ahmad decidió que él no continuaría el viaje, aunque nos dieran los pasaportes y nos permitieran ir a Israel. En ese momento se me disipó cualquier duda, y estuve de acuerdo en volver por donde habíamos venido. Si no íbamos a seguir todos, era mejor regresar.
Nos dirigimos a un empleado de la oficina donde todavía estaban nuestros pasaportes, y se los pedimos, para marcharnos de allí. Él, al igual que otros funcionarios nos hicieron partícipes de su extrañeza ante esta petición. Y nosotros les hicimos partícipes de nuestro descontento, aunque sin duda de una forma educada; quizá demasiado educada.
Nos comentaron entonces que si queríamos los podían sellar de inmediato, lo que nos pareció simplemente un insulto. Tras varias horas de absoluto desinterés y falta de consideración, nos preguntaban si queríamos que hicieran su trabajo en tan sólo un momento. Evidentemente les contestamos con una negativa. Sobre todo pensando en ellos, en que no se estresaran con ese gesto.

Aun pasó algún rato antes de que nos devolvieran los pasaportes. Les obsequiamos con un 'thank you very much', que seguramente no entendieron, cuando nos marchamos de aquel frío edificio de allenby. Volvimos a la zona de entrada, donde el autobús nos dejó al venir. Más muestras de extrañeza entre los empleados israelíes de la entrada cuando se enteran de que volvemos por propia voluntad. En esos rostros sorprendidos trato de buscar algún indicio de inteligencia, mas sólo encuentro razones para seguir dudando de la bondad del estado de Israel.
Nos devuelven los pasaportes al fin. Curiosamente habían sellado dos, el de Mariví y el de Carlos. Los demás, no. Otra situación absurda que no pudimos entender.
Nos subimos al autobús que nos trasladará de vuelta a la aduana jordana. Somos los únicos pasajeros. Los demás aún seguirán tratando de entrar en Israel, y lo harán con resignada paciencia, mientras ven a un funcionario comiendo patatas fritas, a otros navegando en internet, o yendo a hacer compras, o a otro llamando a gritos a algún Mohamed...
Hemos estado en Allenby, la puerta a un hospitalario Israel.

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