El oro da paso a la plata. Aunque ya estoy algo absorto con lo que hasta ahora he podido contemplar, en cuanto entro al interior me quedo boquiabierto. Estoy alucinando, aunque no únicamente por el lujo que envuelve esta mezquita chií, sino también por descubrir que en el ámbito musulmán se utiliza el lujo sin mesura, el esplendor en todo su apogeo. Me sorprende.
Paredes plateadas y techos exquisitamente decorados para cobijar, al parecer, los restos de una nieta del profeta. El sepulcro, de una belleza y fastuosidad asombrosas, reúne a gran cantidad de fieles. Mientras tanto yo no me atrevo a dar un paso de más en aquella sala. Me quedo cuasi petrificado mirando las paredes. Ni siquiera saco fotografías, aunque por otra parte está prohibido hacerlas. Mis compañeros ya las han hecho por mí.
Han transcurrido escasos minutos y ya nos insta Walid a que nos marchemos de allí. Se me ha hecho muy corta la estancia, lamento irme, aunque por otra parte allí me siento muy extraño.
Al salir noto que ya respiro. Es la primera mezquita, y será la única, en la que en su interior he sentido más el lujo que la espiritualidad. La mezquita de oro y plata chií.
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