Hacemos una breve parada en la carretera para comprar comida, donde degustamos unos exquisitos bocadillos de nata con miel. Todavía con este grato sabor en el paladar, llegamos a la casa de la montaña, cogemos nuestras pertenencias y nos despedimos de aquel hogar. Con las prisas me dejo el reloj, y unas cuantas horas de recuerdos.
Entramos en Beirut. Paramos en una tienda, algún regalo que ha previsto Mariví. A nuestra izquierda, a pocos metros, apostado en una esquina hay un tanque con un militar asomando de él. Es el primero que vemos en plena calle. No actúa, sólo observa la ciudadanía.
Entramos en la casa de Ahmad, donde nos alojaremos los próximos siete días. Tiene buena pinta, la habitación donde estaremos Carlos y yo, nuevamente la de los niños. En esta ocasión, decoración de Spiderman y de Ben-10. Tiene aún mejor pinta.
Ya tendremos tiempo de sentirnos bien acogidos en aquel nuevo hogar. Ahora vamos nuevamente a la casa familiar, donde la hermana de Ahmad nos tiene preparada la cena con la que romper el ayuno de Ramadan. Allí nos encontraremos con los pequeñajos Walid y Hamza, que serán parte también importante de nuestra aventura libanesa.
Aquella tarde-noche será una de las que más recordaré. Fui consciente de ello ya desde el momento en que crucé la puerta de entrada. Sabía que el privilegio al que estábamos a punto de asistir, el participar en una celebración tan importante en el hogar musulmán, nos era otorgado desde la amistad de una gente, de un pueblo que nos iba a mostrar su conocida hospitalidad.
Aquella habitación decorada con adornos festivos, como pudimos comprobar el primer día de nuestro viaje, la engalanaba aún más una mesa repleta de platos árabes, compuestos de excelentes carnes, arroces, verduras...
Nos sentíamos algo cohibidos en la mesa debido a nuestra ignorancia en el protocolo a cumplir en este caso. Aunque las explicaciones de Ahmad y su hermana nos allanaron el camino de una degustación de sabores, a cada cual más exquisito. Manjares que parecían competir por ser los mejores para nuestras sorprendidas papilas gustativas. Fatua rivalidad, dado que todo nos gustaba por igual.
Acompañando a estas viandas se nos ofrecía una bebida propia de este mes de Ramadan. Delicioso como el resto.
Tras ello llegaba el postre, o más bien el primero de ellos, consistente en fruta. Y por si todo ello no fuera suficiente para nuestros estómagos, agradecidos a la par que saturados, llegaban dulces y posteriormente té con más dulce.
En aquella mesa nos obsequiaron con una cena soberbia, en cantidad y en calidad, pero sobre todo nos sobrecogió el que la compartieran con nosotros Ahmad, sus hijos, su hermana, y su padre, cuya presencia le confería más significación si cabe a la hospitalidad mostrada.
No disponemos de fotografía alguna de aquella cena, no era lo adecuado, mas los mejores fotogramas de la vida se conservan mejor en el corazón, y precisamente desde el corazón les dije la única palabra que pude encontrar en aquel momento, que proclamaba exactamente lo que sentía: Gracias.
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