Nos encontramos con Ahmad, sus hijos, y su hermana. Vamos a tomar unos helados, que nuevamente están de vicio.
Pedir un helado en este país resulta una misión harto complicada. En primer lugar, se paga en un mostrador diferente a donde te lo ponen, con lo que conviene tener claro con antelación lo que vas a quererte comer, y lo que te van a ofrecer. Porque, ese es quizá el mayor problema. Cuando uno se come un helado europeo pide un sabor, dos, una bola, dos, en función del dinero a gastar. En Líbano te meten en el cucurucho o en la tarrina tantos sabores como quepan. Así que, si no quieres que el dependiente te lance una mirada de extrañeza, de este cliente es un friki redomado, no debes elegir un sólo sabor sino un montón de ellos. Y claro, teniendo en cuenta el detalle de que los dependientes no necesariamente saben hablar inglés, y de que cada helado no necesariamente se encontrará etiquetado con nombre alguno, se torna sufrimiento la petición de este manjar. Así me ocurrió en Zahle o en Beirut anteriormente. Menos mal que hemos contado con intérpretes que nos han facilitado la tarea. En esta ocasión Ahmad y su hermana.
Los helados, muy buenos, para no variar. Aunque si tengo que elegir uno que me haya sobrecogido de entre los helados libaneses, es el de nuestra primera salida nocturna por Beirut. Aquellos inmensos y relativamente baratos helados que degustamos entonces fueron, simplemente, para no olvidar.
Volvemos a Beirut. Álvaro y Mariví vuelven a casa y Ahmad, Carlos y yo salimos por el downtown. Allí buscamos un bar, el Tonino's, donde nos encontraremos con otras amigas. Encontrar este local resulta una tarea casi o más complicada que pedir un helado, y una amiga nos recoge en otro lugar. Tras un breve periplo por la zona volvemos a casa. El día siguiente nos deparará una sorpresa que Ahmad no ha querido desvelarnos.
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