Volvimos a casa. Algo tarde, para variar, pero a tiempo de unirnos a la salida nocturna que nos esperaba. Cogimos el coche y nos fuimos los cinco a visitar la ciudad. Y para ello fuimos al downtown, de nuevo. Sólo que esta vez hicimos el recorrido con un guía, Ahmad, y entramos en más y mejores lugares. Y además en esta ocasión tuvimos un itinerario turístico, pero al mismo tiempo religioso.
Comenzamos aparcando cerca de la mezquita Al-Amin, que con la iluminación nocturna se nos presentaba radiante. Aunque no era nada en comparación a lo que vimos dentro.
Cuando entramos, Mariví por otra puerta, contemplamos tal majestuosidad que dudé si esta mezquita era aún más excelsa que la de Sidón, que habíamos visitado algunas horas antes. Un sinfin de hipérboles eran necesarios para describir este templo. Sus techos, las lámparas, la descomunal alfombra que cubría aquel amplio espacio, los armarios con el Corán... Aquella tarde vimos todo aquello prácticamente desde la puerta, pero al día siguiente volveríamos para sacar fotos y recorrerla más extensamente.
Al salir de la mezquita volvimos a pasar junto al mausoleo de Hariri, entramos y de paso probamos unos dátiles que se ofrecían en la entrada. Pasamos junto al dunkin donuts, Mariví prestó debida atención, entramos en el downtown... El recorrido era el mismo que había hecho poco antes, aunque pronto comencé a ver nuevos lugares. El ayuntamiento, algún ferrari, la mezquita de Al-Omari, del Emir Assaf, la catedral ortodoxa, la plaza de l'étoile y su reloj...
Comprobamos el lujo fastuoso de esta parte del Líbano, como en días atrás habíamos visto la parte menos afortunada. Pero sobre todo, y principalmente, durante esta noche entramos en varias mezquitas. En todas ellas sentí un gran respeto por lo que aquello representaba, en todas me sentí en parte cohibido y en parte honrado de poder estar en un sitio y con una gente tan profundamente religiosa. Todas ellas me gustaron, aunque en la de Sidón percibí sensaciones que ya no tendría en las demás
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