sábado, 6 de agosto de 2011

Turismo en la pobreza (1)

Ahmad nos lleva hasta un taller mecánico con lavadero. Deja su coche allí para que se lo laven y nos vamos. A la vuelta lo cogeremos, dice. ¿A la vuelta de qué? me pregunto.
Paseamos por una calle que no me dice nada, quizá alguna mirada diferente de algún ciudadano, mas no me resulta especial. Un edificio sí que me llama la atención, o más bien lo que allí se encuentra encaramado, y lo dejo registrado en una foto. Ésta:


Nos encontramos en la zona oeste de Beirut. Vamos camino de un campo de refugiados palestino. Ahmad nos habló algo de él, mas no lo consideré especialmente relevante en nuestro viaje. Entonces no era consciente de lo que en realidad nos esperaba aquella mañana. Pronto cambiaré de opinión.
No nos cuenta mucho nuestro amigo, sí que nos transmite, cuando estamos a punto de entrar al lugar, que las extrañas miradas que algunos ciudadanos nos 'dedican' se deben seguramente a la indumentaria de dos de nosotros. El naranja chillón de las camisetas representa a un general más bien repudiado por estos lares, así que comenzamos con mal pie. Tampoco Ahmad ha recordado advertirnos de tal conflicto.

La entrada a Sabra y Shatila, al menos por donde nosotros entramos, tiene varias banderas y grandes carteles homenajeando a ciertos de sus líderes. Al entrar en aquella calle principal nos esperaba un gran conglomerado de puestos diversos, y de lonjas en los bajos de los edificios, donde se vendía de todo. Unos edificios, la mayoría con aspecto muy deteriorado, ruinoso incluso. De sus ventanas vimos asomarse a gente que nos miraba con desconfianza, o al menos esa fue mi primera sensación, confirmada un rato después por mis compañeros.
Andábamos sin premura, aunque tampoco tan pausadamente como me hubiera gustado. Mi conciencia durante esos minutos, desconozco cuántos, en que estuvimos paseando por aquella calle principal del barrio de refugiados, no se había percatado de dónde nos encontrábamos, de cuán peligroso era aquel hábitat para nosotros. Veía la pobreza de aquel lugar, sí, aunque no su peligro real.
Mi obtusa conciencia tampoco me permitió percatarme de ciertos detalles, o al menos muy ocasionalmente. Entre ellos los múltiples comentarios con que parte de aquella gente nos 'obsequiaba', por una parte por no ser los turistas bienvenidos en aquel lugar, y por otra por las camisetas naranjas de dos de mis compis.

Sí vi y percibí, al menos en la medida en que un turista puede hacerlo durante unos breves minutos, la pobreza de aquel lugar. La calzada y las aceras por las que transitábamos en aquel mercado ofrecían un aspecto cochambroso, muy sucio, con un olor nauseabundo en algunos lugares. La montaña de basura arrinconada, con algunos niños buscando restos entre las bolsas que les ayudaran a subsistir, fue una imagen que difícilmente te deja indiferente. Sentí tristeza ante tamaña forma de vivir, aunque así mismo sabía que yo no era más que una persona ocasional en aquel lugar; ellos eran los que sufrían allí el día a día.

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