Y al final llegamos. El monasterio, Ed-Deir, estaba ahí, impresionante, impertérrito ante nuestra mayúscula admiración. No desmerecía en nada a Khazneh; al contrario, me pareció un edificio más fastuoso que el conocido de Indiana Jones. Desde luego había merecido la pena subir hasta ahí.
Se encontraba junto a una inmensa explanada, en la que también tenía cabida un bar-restaurante. Aunque no paramos ahí, si no que continuamos nuestra expedición.
Tras subir hasta allí, tras haber cumplido la misión que nos habíamos encomendado, y el consejo de Walid, esto es, no pararnos antes en otros lugares, vinieron a mí ciertas reflexiones. A saber, era ya suficientemente tarde y ya nos encontrábamos bastante cansados, como para pensar en ver mucho más de lo que habíamos ya visto. Parecía claro que para visitar todo Petra se necesitaban varios días. Y no disponíamos de ellos.
No obstante, continuamos andando. Y lo hicimos por un camino que conducía al altar de los sacrificios, como varios rudimentarios carteles se encargaron de señalarnos. Me resultaba un destino macabro, aunque quizá por el morbo de ver el lugar seguí adelante. Hasta que me quedé a tan sólo unos escalones de contemplar las impresionantes vistas que desde allí se divisaban.
Álvaro y Mariví sí subieron. Mientras tanto, me quedé junto a un burro, imaginando aquella época, en la cual la gente era lanzada desde allí arriba al vacío, a saber por qué causa.
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