De camino a casa, paramos. Así, de pronto. Ahmad se baja del coche y entra en un supermercado. Al parecer va a comprar algo para Halil. No entiendo la urgencia de tal compra, mas no tiene mayor importancia.
Al poco, nuestro amigo regresa. Entre lo comprado, saca una caja. ¡Son donuts!
Tras un montón de días mostrándonos Mariví su deseo de comerse un dunkin-donut, o unos cuantos (la primera vez fue ya en Líbano), y tras tantas bromas al respecto por nuestra parte, el último día Ahmad decide por fin cumplir su deseo. Le había comprado una caja, que fueran o no dunkin, era de donuts, o al menos parte de ellos, puesto que algunos no tenían ni forma redonda, ni agujero en el centro.
En cualquier caso, ahí estábamos nosotros, en el hall de la casa, cumpliendo un deseo que se había convertido en una coletilla, al igual que lo fue el "¡y nos forramos!", que también puso de moda nuestra amiga.
La encargada de repartir los donuts, como no podría ser de otra manera, fue ella. Bajo las estrellas de Amman pasamos nuestra última noche en aquella casa, comiendo donuts, por fin.
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