Con el recuerdo todavía muy vivo de las maravillas encerradas en aquellas cuevas, vamos a nuestro siguiente destino de esta mañana, Harissa. Por el camino cruzamos Jounieh, población muy turística y cara según reza en nuestro libro.
Un amable conductor nos precede por la carretera con su furgoneta, sirviéndonos prácticamente de guía para encontrar el camino. Al final del mismo nos encontramos con una colosal estatua de la virgen, junto a la basílica de Líbano. Estaremos un rato por allí viendo vistas panorámicas de Jounieh y subiremos al punto más alto de la virgen al que las escaleras conducen.
Después de las fotos de rigor, que en aquel paraje se presentaban numerosas, regresamos a Beirut. Y en concreto, a La Corniche, es decir, al paseo de la playa.
Ya habíamos estado cerca la noche anterior, cuando nos comimos nuestros primeros helados. Resultaron tan sabrosos que les hicimos un hueco en nuestros estómagos, pese a la cena de que habíamos disfrutado unas horas antes con la familia de Ahmad.
En La Corniche vimos, además de un puesto militar de vigilancia, al que por otra parte ya tendríamos que estar acostumbrados, las Rocas de las Palomas, lugar de culto de quienes dejan vagar sus ensoñaciones contemplando una puesta de sol.
Allí cerca, en un restaurante de comida rápida degustamos unos bocadillos que a nosotros nos sabían a gloria, y que nos habían de dar la suficiente energía para el resto del día, una tarde eminentemente de contenido social.
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