Cuando entramos en la casa y el salón, nos quedamos sorprendidos por la fastuosidad de aquel hogar. Y la sorpresa se eleva al grado de estupefacción aguda cuando vemos la mesa de la comida llenarse con más y más bandejas. Aquella nueva muestra de la hospitalidad árabe nos deja conmovidos. Y a nuestros estómagos, qué voy a contar.
Todo resulta exquisito, todo es digno de ser probado, todos estamos maravillados... En realidad, no todos. El cristal que está sobre la mesa, sosteniendo toda esta comida, decide protestar, y lo hace enérgicamente; no aguanta más y, de pronto, durante la cena se resquebraja. Aguantamos como podemos el cristal para que no caiga la comida, la cual se va retirando a la cocina. Allí acabaremos la cena. Ha sido un infortunio aquel incidente, mas la impresión que nos hemos llevado de esta velada sigue siendo excelente. La hospitalidad, la comida, la casa, todo aquello resulta una bonita experiencia. Al igual que los minutos posteriores de oración. De nuevo nos es permitido vivir estos momentos de profunda religiosidad. Y nuevamente me siento halagado por ello.
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