miércoles, 3 de agosto de 2011

El arte de la naturaleza

Nuestro primer destino aquella mañana son las cuevas de Jeita. Aunque antes de llegar allí hacemos una parada en Naher Al Kaleb, donde dos placas nos recuerdan cuándo Líbano se independizó de Francia. Lugar desde el cual también se ve, sobre una colina, un monumento dedicado a un famoso obispo.
Tras esta breve visita y un recordado recorrido por un tramo de carretera en dirección prohibida (aunque sin ninguna incidencia), llegamos al recinto de las cuevas. Mariví y Álvaro se suben a un tren que conduce a la parte alta donde se encuentra la primera de las cuevas a visitar. Los demás esperamos para subirnos al teleférico, lo que nos parece más emocionante que el trenecito. Sin embargo una horda de niños, miembros de alguna excursión colegial posiblemente, que tenemos por delante en la cola de espera, nos hace desistir de la idea. Así que decidimos subirnos al siguiente tren en partir.


En cuanto entramos en la cueva mi cara seguramente dibuja otro semblante. Es el del asombro ante un paisaje tan bellamente pintado por el paso del tiempo y de la naturaleza. Trato de visualizar cada forma, cada obra de arte que encierran aquellas paredes subterráneas, mas fracaso en el intento. No soy capaz de asimilar, de comprender el porqué de aquel regalo a la vista que estamos descubriendo hoy.
Desde uno de los puntos más altos de la cueva se ha habilitado un mirador. La vista se me antoja sublime. Abajo asoma un lago. Forma parte de la cueva baja. Hacia allí nos dirigimos. Bajamos andando, prescindimos de medio de locomoción esta vez. Por el camino, en un tenderete, me quedo prendado por unas botellas llenas de arena de diferentes colores. Combinándolas los artesanos obtienen diferentes dibujos. Las veré en más ocasiones en otros lugares de Líbano, y también de Jordania.
En la entrada de la cueva nos encontramos a un inesperado vigilante:


Él nos da paso hacia un lago de bonitas y tranquilas aguas que recorremos en barca. La iluminación de la cueva conforma un paisaje singular, y para mí al menos, de cuento de hadas. El recorrido es breve, me apetecería recorrer el lago una vez más. Pero proseguimos trayecto, bajamos hasta la entrada principal, encontrando por el camino varias esculturas y un jardín.
Nos hemos quedado con ganas de subir en el teleférico, así que hacemos doble viaje, subimos y retornamos al punto de inicio. No hay gran altura ahí abajo, no es un teleférico en estado puro, aunque disfrutamos del viaje igualmente. Los del medio somos nosotros.


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