Hemos cruzado la frontera siria sin mayor problema. Tenemos el visado que el hermano de Ahmad nos tramitó en Madrid. El taxi nos para en un lugar, a saber dónde, que al parecer es Damasco. No tengo ni idea si estamos en plena ciudad, si en las afueras, por qué paramos aquí, quiénes somos, cuántos son 400 dracmas. Comienzo a sentirme como aquellos secuestrados a los que se deja en un lugar en medio de la nada, para que se busquen la vida. Aunque ni estamos cautivos, ni esto está rodeado de nada. Sí al menos de bastantes taxistas que nos ofrecen su vehículo para ir a donde queramos.
Estamos en una parada de autobús, en algún lugar de Damasco, o en los alrededores al menos. Esperamos allí a que nos venga a recoger el chófer del hermano de nuestro amigo. De eso me entero después, así que no hay problema por esperar allí unos minutos.
Durante ese breve lapso de tiempo miro a todas partes en busca de algún indicio de guerra, de alguna prueba de que es real lo que nos cuentan en las noticias, de que Siria es actualmente tan peligroso como se dice. No encuentro nada raro. Mejor dicho, todo me resulta extraño, sólo que no hay aparentemente un ambiente tan hostil como me esperaba.
Llega el chófer, cargamos las maletas, menudo coche, no está mal. Llegamos a un lugar más poblado de la capital. Allí nos encontraremos con el hermano de Ahmad, quien será nuestro guía durante las próximas horas. Un viaje relámpago por una de las ciudades más antiguas del mundo.
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