martes, 16 de agosto de 2011

El viaje de las mil y una experiencias

Hace dieciséis días que llegamos a Amman. Entonces, en aquel aeropuerto donde hicimos escala, tuvimos que ir muy deprisa para poder embarcar en el avión a Beirut, que era nuestro primer destino. Ahora hemos regresado para volver a casa. A nuestra otra casa, puesto que aquí hemos tenido una, o varias incluso, tan acogedoras que me han hecho sentirme como en la mía propia.
Hace poco más de dos semanas veía por primera vez rótulos escritos en árabe. En estos días he tenido tiempo para ver unos cuantos. También para ver pancartas amarillas y verdes que nos han llamado la atención, o garitas con soldados en plena carretera, o un barrio de refugiados palestinos, o edificios construídos en la roca, o comidas que no había oído mencionar antes, o llamadas a la oración pasadas las cuatro de la madrugada... En cualquiera de estos días de vacaciones, he vivido tantas o más experiencias que en meses en Bilbao; y no ha sido sólo uno, sino dieciséis.

Volvemos a este aeropuerto. En la casa nos hemos despedido de Ahmad, ahora lo hacemos de Halil. Volaremos durante algunas horas hasta Madrid, recibiremos de nuevo una comida ligera, trataremos de distraernos con el aparato multimedia que porta cada asiento, tomaremos tierra en Barajas, donde nos separaremos de Carlos, quien tomará otro avión para ir a Barcelona, a prolongar algo más sus vacaciones. Álvaro, Mariví y yo iremos en el coche de un amigo de Walid, quien nos llevará a la estación de autobuses. Y allí cogeremos un autobús de regreso a Bilbao. Será un autocar supra, ésta vez sí, con sandwiches, con bebidas, con azafata. Y a la salida de Madrid veremos cómo esta ciudad está preparando la visita del Papa en los próximos días.
Llegaremos a Bilbao, y notaré un cierto vacío. El que crea la mirada de la realidad.


Despegamos del aeropuerto de Amman. Han sido algo más de dos semanas de muchísimas cosas que contar. Tanto es así que este blog ha resultado especialmente extenso. La sorpresa que cada día nos tenía reservada, la camaradería de mis compañeros de viaje, de Álvaro, Mariví, Carlos, de Ahmad, su padre, sus hijos, Walid y toda su familia. Toda la gente que hemos conocido, todo lo que hemos visto, lo que hemos sentido. Ha merecido mucho la pena este viaje.
Shukran. Halas

lunes, 15 de agosto de 2011

Los donuts de Mariví

De camino a casa, paramos. Así, de pronto. Ahmad se baja del coche y entra en un supermercado. Al parecer va a comprar algo para Halil. No entiendo la urgencia de tal compra, mas no tiene mayor importancia.
Al poco, nuestro amigo regresa. Entre lo comprado, saca una caja. ¡Son donuts!

Tras un montón de días mostrándonos Mariví su deseo de comerse un dunkin-donut, o unos cuantos (la primera vez fue ya en Líbano), y tras tantas bromas al respecto por nuestra parte, el último día Ahmad decide por fin cumplir su deseo. Le había comprado una caja, que fueran o no dunkin, era de donuts, o al menos parte de ellos, puesto que algunos no tenían ni forma redonda, ni agujero en el centro.
En cualquier caso, ahí estábamos nosotros, en el hall de la casa, cumpliendo un deseo que se había convertido en una coletilla, al igual que lo fue el "¡y nos forramos!", que también puso de moda nuestra amiga.
La encargada de repartir los donuts, como no podría ser de otra manera, fue ella. Bajo las estrellas de Amman pasamos nuestra última noche en aquella casa, comiendo donuts, por fin.



Balance de un viaje inolvidable

La cuñada de Ahmad nos ha invitado a cenar en su casa, con su familia. Según entramos nos encontramos un salón espléndido, y contiguo a él, el comedor engalanado con una decoración de buen gusto y toque señorial. Y sobre la mesa pronto empezaremos a ver gran cantidad de platos, cuyos sabores deleitaran nuestros paladares.
En el último día de las vacaciones, en nuestra última cena en aquellos países, tras haber probado toda clase de manjares, tras haber sido honrados con la hospitalidad árabe, tras haber vivido ya esta situación varias veces, aún sigo maravillándome de todo esto. Sin duda echaré de menos todas estas experiencias culinarias.

Tras la comida, los postres, el té, y más postres, nos vamos a dar un paseo por la bulliciosa parte antigua de Amman. Tras la cena, las calles vuelven a recobrar una especial vida. Vemos escaparates, Ahmad y Mariví hacen algunas compras, Carlos bebe en una zumería, y Ahmad me pregunta qué me han parecido estas dos últimas semanas.
Es difícil explicar lo que siento, mientras aún soy parte de este viaje. Supongo que pasado algún tiempo podré hacerlo con mayor profundidad, y dejaré entrever más énfasis en la añoranza. No obstante, le transmito a nuestro amigo, o trato de hacerlo al menos, mi agradecimiento por haber podido vivir tantas experiencias, por haber compartido con nosotros la espiritualidad de esta fiesta musulmana, además de sitios turísticamente muy recomendables. Vine a este viaje sin apenas pretensiones, y me voy recibiendo  muchísimo.

Las tortugas y los pasteles

De vuelta a Amman llamaron nuestra atencion varias casas de cierto lujo, en contraste con unos asentamientos de beduinos. Y al llegar a la casa, concitaron nuestra atención, sobre todo a Mariví, como ocurría casi todos los días, los otros huéspedes de la casa. Porque además de los peluches de las habitaciones, y de nosotros mismos, unas tortugas se paseaban alegremente junto al huerto de la casa. Y aunque se mostraban insociables, Mariví ya se encargaba de sacarlas de su escondite, y obligarlas a entablar relaciones sociales.


Tras comer (no a las tortugas precisamente), salimos a dar una vuelta por los alrededores de la ciudad, y en concreto a comprar a unos grandes almacenes que el día anterior habíamos localizado. Nos compramos unos trapitos, a un precio considerablemente barato, y nos fuimos de vuelta a casa. Por el camino hice mi última compra de pasteles para llevar a Bilbao, en la pastelería de un señor checheno que elaboraba unos pasteles de higo, especialidad de su tierra.

Aguas calientes

Comenzábamos este último día completo en Jordania, con el transporte de nuestras maletas. Dado que nuestro avión partía desde Amman, que era una escala del trayecto Beirut-Madrid, y para evitarnos problemas con la facturación del equipaje, Ahmad decidió llevarlo a una oficina de la compañía aérea, para facturar con un día de adelanto. Me resultó curioso, aunque todo lo que fuera por seguridad y comodidad, bien estaba.
Cuando nos hubimos desprendido del equipaje, nos dirigimos hacia un destino que Ahmad omitió revelarnos, aunque sí nos había dicho que lleváramos bañador. En el trayecto, pasamos cerca del mar Muerto de nuevo y de la playa donde unos calcetines y la sal jugaron un papel protagonista. Nos pusieron una multa por exceso de velocidad. Y también circulamos por unas carreteras situadas en una orografía un tanto difícil. Pero al final llegamos.

La sorpresa que Ahmad nos tenía preparada era un centro de aguas termales, famoso por encontrarse en uno de los puntos más bajos del planeta (a 220 metros bajo el nivel del mar).
La primera piscina no tuvo demasiado éxito entre nosotros, básicamente debido a su elevada temperatura. En la segunda sí que disfrutamos. Allí algunos nos lo pasamos como enanos.
Fue una experiencia más en este viaje que ya llegaba a su fin.


domingo, 14 de agosto de 2011

La cálida noche jordana

Tras abandonar un lugar tan atractivo como es esta Ciudadela, nos vamos a cenar. Para ello, el cuñado de Ahmad nos lleva a un restaurante de comida rápida, donde degustamos un buen surtido de bocadillos, a cada cual más estupendo. Aunque lo verdaderamente destacado en este local, por lo que nos ha traído hasta aquí, son sus zumos. Con una selección tan variada nos resulta difícil elegir. No obstante, él nos aconseja un sabor en concreto. Le hacemos caso y bebemos un auténtico elixir celestial.
En aquella terraza sentado, comiendo unos bocadillos que a mí se me antojaban platos de alta cocina, y un zumo como pocas veces probaré; contemplando el bullicio de la gente, de una muchedumbre entusiasmada con el partido de fútbol Madrid-Barça de la supercopa, que aquí parece vivirse incluso con más intensidad que en España; sintiendo la cálida hospitalidad de la noche jordana, charlando con unos amigos... En aquella terraza sentado, no me acordé ni por un momento que esa misma mañana habíamos intentado entrar en Israel. Seguiría disfrutando de Jordania un día más, y me alegraba de ello.

El templo de Hércules

Continuamos nuestro paseo por la Ciudadela. Hay un concierto de música ligera árabe, y en concreto libanesa, según nos aclara Ahmad con indisimulado orgullo.
Terminamos muy a mi pesar el paseo por un recinto que ha estimulado plenamente mis sentidos. Aunque aún nos queda algo más que ver...
No sé cómo ni por qué, pero de pronto me encuentro con que una señora, que resulta ser la directora de las excavaciones de las ruinas romanas que vemos al fondo, posibilita que se nos permita el acceso a dicha zona de la Ciudadela, en ese momento cerrada al público. Y no solamente nos permite la entrada, sino que además es nuestra guía. Vaya suerte que tenemos; una vez más.
Damos un paseo por allí, mientras la directora nos va explicando en inglés lo que estamos viendo. Al poco tiempo de habernos despedido de esta señora, volvemos a entrar, en esta ocasión cuando abren las puertas al público en general. Y con los turistas entra una pequeña horda de romanos (de empleados vestidos de tal guisa), que ambientan un poco el lugar.


Luces seductoras

La Ciudadela ocupa una considerable extensión amurallada, donde encontramos una especie de mercado, y unas importantes ruinas romanas al fondo. En cuanto entramos en aquel recinto me quedo magnetizado por tan bello paisaje de luces y aromas.
Damos una vuelta viendo los diferentes puestos de artesanía, y me siento tentado de adquirir bastante más de lo que compro. En nuestro paseo nos acompaña el cuñado de Ahmad, quien nos hace de guía. De cuando en cuando nos acercamos a la zona amurallada, desde la cual se nos ofrecen unas gozosas estampas de la ciudad. El teatro iluminado, las luces verdes de las mezquitas anunciando la oración... Me siento cautivado por esta panorámica, querría permanecer aquí durante toda la noche.


A la Ciudadela en chevrolet

Al llegar a la frontera jordana, y explicar a los aduaneros lo sucedido, sugieren que el hecho de que hayamos estado anteriormente en Siria puede haber sido el motivo para el comportamiento tan estúpido de los funcionarios de allenby. En cualquier caso hemos vivido una experiencia más en este viaje; negativa, pero experiencia al fin y al cabo.
Ahmad ha llamado a Halil, quien viene a llevarnos a la casa de Amman de nuevo. Aquí permaneceremos unas horas, comiendo, intercambiando impresiones sobre lo acontecido, descansando, y después, aprovechando el tiempo para hacer un nuevo escarceo por la ciudad, y para visitar un supermercado, el cual se asemeja a los que estamos habituados en occidente. Únicamente cambian los diferentes productos que en Amman se pueden encontrar, el idioma en el que aparecen los rótulos, los precios, y que aquí cierran antes en época de Ramadan, para que la gente se vaya a romper el ayuno. Por lo demás, todo es igual.

Por la noche nos vamos a ver algo que teníamos pendiente, la Ciudadela. Dos días antes, cuando pasamos por la tarde, se encontraba cerrada, pero en esta ocasión confirmo que merecía la pena volver aquí.
Tras el pago de los tickets, entramos. Nos ha traído el hermano de Mariana (la cuñada de Ahmad) en su flamante chevrolet. Un modelo antiguo que rápidamente nos embelesa, sobre todo a Mariví. Este coche, este paseo que estamos a punto de iniciar por la Ciudadela... Me doy cuenta de que en este maravilloso viaje por tierras árabes no dejo de sorprenderme.

La sorpresa de Mariví (5). Hospitalidad israelí

Resultaba muy irritante tanta espera para sellar unos pasaportes. Ya habíamos ido a hablar con algunos funcionarios, para recordarles que aún seguíamos allí esperando. La última vez nos dijeron que esperásemos cinco minutos. Desde entonces había transcurrido más de una hora...
Entre nosotros comentamos la opción de ir a reclamar los pasaportes..., para volver de nuevo a Jordania. Estuvimos un rato debatiendo sobre esa posibilidad, que cada vez cobraba más sentido. Me preocupaba que esto pudiera ser motivo de división entre nosotros. Además, me resistía a renunciar a este viaje, aunque mi sentido común me decía que era lo más aconsejable dada la situación.
Mientras seguía meditando estas cuestiones, Ahmad decidió que él no continuaría el viaje, aunque nos dieran los pasaportes y nos permitieran ir a Israel. En ese momento se me disipó cualquier duda, y estuve de acuerdo en volver por donde habíamos venido. Si no íbamos a seguir todos, era mejor regresar.
Nos dirigimos a un empleado de la oficina donde todavía estaban nuestros pasaportes, y se los pedimos, para marcharnos de allí. Él, al igual que otros funcionarios nos hicieron partícipes de su extrañeza ante esta petición. Y nosotros les hicimos partícipes de nuestro descontento, aunque sin duda de una forma educada; quizá demasiado educada.
Nos comentaron entonces que si queríamos los podían sellar de inmediato, lo que nos pareció simplemente un insulto. Tras varias horas de absoluto desinterés y falta de consideración, nos preguntaban si queríamos que hicieran su trabajo en tan sólo un momento. Evidentemente les contestamos con una negativa. Sobre todo pensando en ellos, en que no se estresaran con ese gesto.

Aun pasó algún rato antes de que nos devolvieran los pasaportes. Les obsequiamos con un 'thank you very much', que seguramente no entendieron, cuando nos marchamos de aquel frío edificio de allenby. Volvimos a la zona de entrada, donde el autobús nos dejó al venir. Más muestras de extrañeza entre los empleados israelíes de la entrada cuando se enteran de que volvemos por propia voluntad. En esos rostros sorprendidos trato de buscar algún indicio de inteligencia, mas sólo encuentro razones para seguir dudando de la bondad del estado de Israel.
Nos devuelven los pasaportes al fin. Curiosamente habían sellado dos, el de Mariví y el de Carlos. Los demás, no. Otra situación absurda que no pudimos entender.
Nos subimos al autobús que nos trasladará de vuelta a la aduana jordana. Somos los únicos pasajeros. Los demás aún seguirán tratando de entrar en Israel, y lo harán con resignada paciencia, mientras ven a un funcionario comiendo patatas fritas, a otros navegando en internet, o yendo a hacer compras, o a otro llamando a gritos a algún Mohamed...
Hemos estado en Allenby, la puerta a un hospitalario Israel.

La sorpresa de Mariví (4). Neuronas atrofiadas

No sólo nos ha tocado esperar, que bastante es. Además, Álvaro y Ahmad son interrogados en algún otro lugar del hall. Los empleados que lo hacen, por separado a cada uno de ellos, les plantean todo tipo de preguntas de interés nacional, del tipo de cómo has conocido a tu amigo libanés, sabes dónde trabaja, qué hace en su tiempo libre, por qué vais con él, y una larga retahíla de preguntas de 'suma trascendencia', que tienen por objeto que cualquiera de ellos declare incluso haberse líado con Belén Esteban. Menos mal que Ahmad no confesó que durante unos años fue árbitro de baloncesto.
Tras responder estúpidas preguntas, dignas del estúpido funcionariado de allenby, nuestros amigos volvieron con nosotros a la sala de espera..., para seguir esperando.

Y también para continuar contemplando más situaciones surrealistas, que de no ser porque nos encontrábamos en una aduana nacional, hubiéramos creído que estaban preparados para algún programa televisivo de cámara oculta.
Con nosotros en la sala de espera se encontraban bastantes árabes esperando que les llamaran para acudir a alguna ventanilla. Daba igual su nacionalidad, condición física o edad; allí les tenían recluídos durante horas hasta que alguno de los funcionarios de una ventanilla, que representaba muy bien su papel de no hacer nada, les llamaba para sellar su entrada a Israel. Tras esto aún les quedaba al menos otro trámite: que en otro hall contiguo les registraran sus pertenencias. Lo cual, según pudo ver Álvaro en la visita a su 'interrogadora', hacían sin ningún pudor ni recato. A mí se me antojaba que el trato que allí se daba a los árabes era cuanto menos sonrojante. Claro que de unos insustanciales funcionarios no se podía esperar demasiado.
De hecho, ni tan siquiera el que dedicaran alguna neurona a pensar, o al menos era lo que se desprendía de su comportamiento cuando llamaban a algún árabe a una ventanilla. El funcionario desde su atril, o en ocasiones desde fuera de él, gritaba el nombre de la persona cuyo papeleo iba a ser tratado. Curiosamente se mostraba desconcertado cuando, tras gritar Ahmad o Mohamed, por ejemplo, veía como se levantaban varios de sus asientos. Sus neuronas tardaban en activarse y darse cuenta de que siendo árabes la mayoría, resultaría más práctico mencionar sus apellidos, no sus nombres.

Nuestros planes de ver Jerusalén se estaban desmoronando. Tan larga espera en la aduana resultaba un lastre con el que no contábamos. Sí que en nuestra organización para este viaje de dos días, habíamos previsto una cierta pérdida de tiempo en la aduana, mas no calculamos que durara más que una hora a lo sumo; desde luego nunca más de cuatro horas.
La idea original era llegar a Jerusalén, organizar sobre la marcha la visita a los lugares más emblemáticos, ir al alojamiento que el padre nos había reservado en Belén, madrugar y ver Belén durante la mañana, e iniciar viaje de regreso, puesto que debíamos estar en esta misma aduana antes de que la cerraran sobre las tres de la tarde aproximadamente (al parecer tenía horario de apertura y cierre como un comercio cualquiera). Es decir, un viaje express, donde teníamos el tiempo justo para ver lo que pudiéramos. Y eso sin contar con que en alguno de los diferentes barrios de Jerusalén no perdiéramos más tiempo en algún control israelí.
Así las cosas, nos restaban cada vez menos horas para un viaje de dos días, que además iba a resultar algo caro, sumando estancia en el hotel, desplazamientos varios y el visado para entrar en Israel, o más bien para salir de allí, que no era nada barato precisamente.

La sorpresa de Mariví (3). El frío allenby

Tras un rato de espera en el hall, toca irnos a una ventanilla para no árabes. Ahí un empleado nos da unos impresos para que los rellenemos, lógicamente en inglés. Nos da a todos menos a Carlos. Nos extraña, y cuando se los devolvemos cumplimentados al funcionario, Álvaro le pregunta si a Carlos no le tiene que dar otro formulario. Le contesta que no es necesario. Sin embargo un buen rato después nos preguntará otro funcionario por qué no ha entregado nuestro compañero la dichosa hoja.
Nos dicen que ya nos llamarán, así que nos sentamos en la sala de espera. Y nos dedicamos a observar, y a esperar.

La sala de espera de allenby pronto se convierte en el recinto de la desesperación. Nos da tiempo para observar bastantes cosas, sobre todo, la estupidez.
Continúa haciendo frío, a pesar de estar en pleno agosto. Se les ha pasado la mano con el aire acondicionado, y puede que ninguno de los funcionarios sea capaz de regularlo.
Hay funcionarios por todas partes, trabajadores vemos pocos. Sobre una alta silla una chica da papeles con un número para acceder a las diferentes ventanillas, o al menos a las de no árabes. Ya cogimos el nuestro y cumplimentamos la documentación requerida. Estamos a la espera de que nos llamen para darnos los pasaportes sellados, los cuales han trasladado a una oficina.
Vemos que cada cierto tiempo, no mucho, puede que menos de una hora, se marcha la persona que está sentada en la silla dando números, y otra le releva en tan cansina tarea.
También comprobamos que otra oficina tiene la puerta abierta, y que las personas que acceden a su interior están sentadas en un sofá, escribiendo algo en su móvil, o navegando por internet. Podría aseverar que no se les ve muy estresados precisamente.
Vemos así mismo, un par de mujeres marcharse, y al cabo de cierto rato volver con bolsas de la tienda. A otro funcionario comiendo patatas fritas... En suma, compruebo que el funcionariado de esta aduana de allenby se siente relajada. Esto me congratularía, si no fuera porque llevamos un tiempo considerable esperando a que pongan unos sellos para poder entrar en su país, y porque junto a nosotros una multitud de árabes están esperando lo mismo.

La sorpresa de Mariví (2). Las garrafas de agua

Madrugamos. Halil nos lleva hasta la frontera jordana. Allí nos despedimos de él hasta dentro de dos días. A partir de aquí comienza un viaje que me resulta totalmente desconocido. No sé que nos deparará desde este momento, y de hecho ni tan siquiera sé qué imaginarme. Ante tanta incertidumbre opto por no pensar, por dejarme llevar simplemente.
En la frontera, como ya es habitual, Ahmad se encarga de los papeleos. Además, toca pagar por salir del país. Mientras estamos inmersos en esta burocracia, nos encontramos con una pareja de españoles, que también va a Jerusalén. Ahmad les echa una mano y les aconseja sobre los procesos administrativos a seguir.
Subimos a un autobús. Parece que es el que nos llevará desde la aduana jordana a la aduana israelí. Es decir, que hay un buen tramo entre ambas. También hay que pagar por este trayecto en autobús.
El tiempo que tardamos en llegar se eterniza un tanto por los controles que hay durante el camino. Comenzamos a comprobar las medidas de seguridad existentes para entrar en Israel.

Por fin llegamos a la frontera israelí. Nada más llegar, comenzamos a percibir la imbecilidad de los aduaneros israelíes. Hay dos filas, una para los árabes y otra para los demás. Nos situamos en la segunda, que avanza más rápidamente, debido al menor número de gente, y también a las 'especiales' medidas de seguridad hacia los árabes. Los españoles que nos han acompañado en el autobús están con nosotros también en la cola de espera.
Me llama la atención este trato hacia los árabes, y por un momento me resulta un tanto racista. También me choca la cantidad de garrafas, aparentemente de agua, que bastantes personas llevan consigo. Como me aclararán mis camaradas después, se trata de agua de La Meca.

Entramos en el edificio aduanero de allenby. Se han pasado tres pueblos con el aire acondicionado, ahí hace un frío que pela.
Pasamos por el primer detector de metales. Superado el cual a Carlos le hacen algunas preguntas. Ya empezamos. En esta zona de la aduana, junto a los servicios, estamos unos minutos, hasta que nos dan el ok para que pasemos a un hall, que tendremos el infortunio de aprendernos de memoria. Aquí nos despedimos de los españoles que nos han acompañado durante este rato.
Ahmad viene con nosotros en esta visita a Jerusalén. Para él entrar en Israel no es tan sencillo. Si le sellan el pasaporte ya no podrá volver a entrar en Líbano, así que me siento algo inquieto. Si no le dan la opción de adjuntarle el sello en una hoja aparte, nuestro amigo no vendrá con nosotros. Me siento preocupado porque nos dividamos ahora.

sábado, 13 de agosto de 2011

La sorpresa de Mariví (1)

Ya tenemos el alojamiento reservado para los dos próximos días. Mis camaradas estuvieron hablando con el sacerdote que nos ha ayudado a organizar el viaje. Así que todo parece estar preparado..., o no. Pero mejor comenzaré desde el principio...

Estando en Beirut, Walid nos revela una sorpresa que le había preparado a Mariví. Sólo él y Álvaro sabían de qué se trataba. Nos la cuenta en la casa de la montaña, y nos quedamos poco menos, o poco más que estupefactos. La sorpresa consiste en un cambio de planes respecto al itinerario programado, para pasar los dos últimos días del viaje en Jerusalén (los dos últimos del viaje de Álvaro y Mariví, puesto que Carlos y yo teníamos comprado el billete de vuelta para dos días antes).
Carlos y yo tenemos marcada en los rostros la efigie de la envidia, y finalmente mostramos públicamente nuestros deseos de acompañar a Mariví y Álvaro en tan fascinante viaje. Transmitidos éstos, quedamos a expensas de si Walid puede cambiar la fecha del vuelo de vuelta. Cruzamos los dedos.
Tras un período de varios días de suspense, nos confirma que sí es posible cambiar la fecha, y de hecho nos la cambia. Así que todos volveremos juntos, el día 16, tras un breve y seguramente muy intenso tiempo en Jerusalén. Y desde luego, intenso sí que fue, pero de otra manera...

Así que tras hacerle mis camaradas una visita al citado sacerdote, y tras un rato buscando en internet unos planos de las ciudades que visitaremos, llegan a casa.  Mañana vamos a visitar Jerusalén, y lo que es más importante para mí, también Belén. Allí nos alojaremos las próximas dos noches.
Nos vamos a dormir, que toca madrugar para iniciar nuestra parte final de este viaje inolvidable. En el silencio nocturno de la habitación mi corazón percibe el inconfundible sonido de la exaltación. No sé si nos dará tiempo a mucho, pero cuanto menos mañana voy a estar en Belén. Con estos pensamientos, la ilusión se duerme...

El dulce de Halil

El viaje de regreso a Amman se me hace un tanto pesado. Llegamos pasadas las siete de la tarde. En seguida la cena, y un rato después vamos a la parte antigua de Amman con Walid y Halil.
Volvemos a comprobar, esta vez en Jordania, la gran vida nocturna que se desarrolla tras la rotura del ayuno. Los comercios en plena ebullición, las calles atiborradas de gente, la temperatura agradable; da gusto pasear por la parte antigua.
Halil nos guía a un local donde venden unos dulces alucinantes. Nos los tomamos allí mismo, en la calle, sentados en unas cajas. Nos cuenta cuál es la composición de estas maravillas. No lo recuerdo pero no me importa, están de vicio, es de lo más sabroso que probamos en nuestra estancia en Jordania.
Regresamos a casa, al día siguiente nos espera una gran aventura, aunque muy a nuestro pesar se acabará convirtiendo en una desagradable experiencia.

El tortuoso regreso

Habíamos llegado al punto más alto de Petra. Habíamos caminado durante horas. Y ahora lo que tocaba no era descansar, sino iniciar el camino de regreso. Y éste no habría de ser especialmente agradable para mí, y mucho menos para Ahmad.
El trayecto de vuelta al autobús era exactamente el mismo que en la ida, así que no había monumentos nuevos que descubrir.. Además, estábamos cansados, y en mi caso el sol me estaba golpeando ya la cabeza. Aunque Ahmad aún lo tenía peor, bastante peor.
En el camino de vuelta, Álvaro y Mariví fueron delante; pronto nos sacaron cierta ventaja. Ahmad se encontraba en época de Ramadan, hacía un calor como para derretirnos, y para colmo la caminata había sido intensa. Así que tampoco estaba para muchos trotes.
Llegamos a la explanada de arena donde se encontraba el monasterio. Allí paramos en el bar. Ahmad para orar, en una carpa preparada al efecto, y Carlos y yo para comprar una botella de agua. Aunque mi bolsillo me decía que tres euros por una botella de agua de litro y medio es un timo, mi cabeza, aproximándose a la insolación, concluyó que merecía la pena pagar lo que fuera a cambio de esa botella. El litro y medio se esfumó antes de llegar abajo.


Hicimos más compras en el camino. En unos tenderetes, a unas beduinas les compramos unas pulseras, un collar y un curioso y bonito juguete.
Cuando terminamos de bajar peldaños nos encontramos con el siq exterior de nuevo, que nos llevaría un rato desandar. De nuevo las ruinas romanas, las tumbas reales, el teatro, y el Tesoro (Khazneh). Una foto con él de fondo, y nos adentramos en el cañon otra vez, en el siq.
Nuestra marcha era más ligera que en la ida, así que no nos detuvimos en admirar el paisaje de rocas coloreadas. Ni lo hicimos con los demás monumentos fúnebres que salpicaban el sendero posterior al siq; así que fue un acierto sacar fotografías en el trayecto de ida.
Dejamos atrás uno de los lugares más emblemáticos de la antigüedad, y de los más admirados actualmente. Había merecido la pena visitar la capital de los nabateos.

El monasterio y los sacrificios

Y al final llegamos. El monasterio, Ed-Deir, estaba ahí, impresionante, impertérrito ante nuestra mayúscula admiración. No desmerecía en nada a Khazneh; al contrario, me pareció un edificio más fastuoso que el conocido de Indiana Jones. Desde luego había merecido la pena subir hasta ahí.


Se encontraba junto a una inmensa explanada, en la que también tenía cabida un bar-restaurante. Aunque no paramos ahí, si no que continuamos nuestra expedición.
Tras subir hasta allí, tras haber cumplido la misión que nos habíamos encomendado, y el consejo de Walid, esto es, no pararnos antes en otros lugares, vinieron a mí ciertas reflexiones. A saber, era ya suficientemente tarde y ya nos encontrábamos bastante cansados, como para pensar en ver mucho más de lo que habíamos ya visto. Parecía claro que para visitar todo Petra se necesitaban varios días. Y no disponíamos de ellos.
No obstante, continuamos andando. Y lo hicimos por un camino que conducía al altar de los sacrificios, como varios rudimentarios carteles se encargaron de señalarnos. Me resultaba un destino macabro, aunque quizá por el morbo de ver el lugar seguí adelante. Hasta que me quedé a tan sólo unos escalones de contemplar las impresionantes vistas  que desde allí se divisaban.
Álvaro y Mariví sí subieron. Mientras tanto, me quedé junto a un burro, imaginando aquella época, en la cual la gente era lanzada desde allí arriba al vacío, a saber por qué causa.


La subida al monasterio

En seguida nos topamos con un conjunto de ruinas romanas, que atestiguan que también ellos estuvieron allí. Dejándolas atrás llegamos a un oasis, esto es, un espacio recreativo con árboles, y sobre todo con un restaurante y unos servicios. En este entorno fue donde nos ofrecieron por vez primera el alquiler de un burro para la ascensión al monasterio. Lo rechazamos, al igual que los ofrecimientos posteriores; quizá debido a que nos pareció que no tenía ningún mérito subir montado en un burro. Error. Había que tener mucho valor para subir en uno, y sobre todo, para descender en uno de estos animalitos. Lo comprobamos al ver la bajada de un hombre que a duras penas mantenía el equilibrio. Al menos su compañera se lo estaba pasando en grande, divirtiéndose de lo lindo en el burro posterior que montaba.
Quizá fuera porque esperaba divisar el monasterio antes, mucho antes, o no recuerdo por qué otra razón, el caso es que la subida se me hizo larga. Porque si hasta entonces el trayecto había resultado liviano, por mor de nuestra curiosidad, que no del sol, la subida ya no lo iba a ser tanto. Escalones, cientos de ellos, creados en la misma roca que no parecían acabar.



Durante la subida, a pesar del calor, de vez en cuando mi cabeza obtenía la suficiente lucidez para sorprenderse con aquel bello paisaje desértico, con arenisca de diferentes colores, piedras con curiosas formas, e incluso beduinos vendiendo productos diversos en tiendas a modo de jaimas. Quizá esto fue lo que más me llamó la atención, aquella gente que se ganaba la vida allí, y más aún, aquellos que además vivían en aquel insólito paraje.

Las tumbas reales

A partir de aquí el siq ya no nos protegerá del sol. Estamos a su disposición, y lo que parece disponer es que suframos un calor espantoso. Sin embargo, la gorra que llevo calzada en la cabeza, y sobre todo el inusitado interés por ver lo que cada montaña nos ofrece, consigue que olvide que estamos a más de 40º.
Es alucinante todo esto. Allí donde se dirija la visión aparecen edificios y más edificios construidos en la roca. Unos son tumbas, otros templos, también un teatro romano.



El camino se bifurca hacia la izquierda. Ahmad y Carlos van por delante de nosotros, nos llevan bastante ventaja. De pronto nos encontramos con que a la derecha hay unas escaleras (también talladas en la montaña) que conducen a unos monumentos cuyo nombre aún no conocemos. Hacia la izquierda continúa el camino, el llamado siq exterior. Dudamos si esas escaleras conducen al monasterio, que es hacia donde nos dirigimos, o si es el camino de la izquierda el trayecto a seguir.
Finalmente optamos por continuar hacia la izquierda, y desechar la opción de ver aquellos grandiosos monumentos. Se trata de las tumbas reales, varios edificios contiguos que se cuentan entre los más significativos de Petra. Unas maravillas que tan sólo veríamos a distancia.


El tesoro

Al salir del Siq nos encontramos con el majestuoso Khazneh. La famosa tumba que aparece en Indiana Jones, tallada en la mismísima montaña, me deja perplejo. Cada cosa que contemplo desde hace una hora me resulta aún más sorprendente que la anterior, aunque al llegar hasta aquí, tras ver este tesoro, pienso que ya hemos visto todo lo que esta ciudad nos ofrece; o al menos lo más interesante. Cuán equivocado estoy.


Junto a este monumento, una tienda de souvenirs, varios camelleros ofertando paseos en camellos, y varios grupos de turistas. Sin duda el enclave se presta a detenerse y dedicarle algún tiempo de contemplación. Pero no andamos sobrados de éste, así que proseguimos camino, recordando además el consejo de Walid, que nos dirigiéramos directamente al monasterio. Hacia allí vamos.

El Siq


Llegamos al Siq, al sendero entre montañas que nos llevará hasta la ciudad de la piedra. Comenzamos un paseo que me seguirá dejando boquiabierto a cada paso, en cada mirada, con cada color que la historia ha pintado en la piedra. Aún no hemos llegado realmente, y el viaje y el caro precio de las entradas ya merece la pena.
Seguiremos andando y el sendero nos llevará junto a un manantial ya seco, o un basto espacio usado como cisterna de agua por los antiguos. Nos cruzaremos con estrechos carros transportando turistas. Y al final del Siq, encontramos una luz entre las montañas, una visión que algunos turistas quieren inmortalizar mediante sus cámaras de fotos.
Si ante todo lo anterior seguramente me había quedado absorto, ante esta silueta luminosa ya me quedé, posiblemente, petrificado. Mas decidí acercarme, y a cada paso la silueta se extendía, y finalmente el lugar que se divisaba entre las montañas del Siq apareció en todo su esplendor. Habíamos llegado a Petra.

Maravillas en las rocas

Comenzamos el peregrinaje hasta la ciudad de piedra. Algunas tiendas de regalos, algún restaurante, una zona donde los nativos dejan reposar a los caballos, y los servicios, son los primeros lugares que vemos en estos primeros metros de recorrido. Si ya este camino me ha resultado largo, es porque aún no he comprendido la extensión del lugar que nos aprestamos a visitar.
Todo el camino es de piedra y arena, sobre todo arena. Sigo sin asimilar lo que vamos a visitar, lo que de hecho ya estamos viendo. Y pronto comprenderé el consejo que Walid nos dio antes de venir aquí. Que fuéramos directamente al monasterio, puesto que la subida nos dejaría tan cansados, que de no hacerlo así, de entretenernos por el camino viendo otros lugares, posiblemente no nos restaría ni tiempo ni ganas para subir allí arriba.


Superado el primer camino, el de las tiendas iniciales, pasamos a aquel que nos llevará al Siq, a la ciudad propiamente dicha. Por el camino vemos una serie de construcciones excavadas en las rocas, de las que en un principio desconozco sus nombres, aunque imagino que son sobradamente famosas e importantes. Sacamos fotos a todo lo que podemos. Desde luego lo que estoy viendo echa por tierra mi desanimado pensamiento del autobús, de la mañana, sobre lo que me iba a encontrar en este viaje a Petra. Mi sorpresa va in crescendo; cada pocos metros nos encontramos con monumentos que me dejan con la boca abierta.
Las Tumbas Djin (en la foto inferior) y La Tumba de los Obeliscos son los lugares más reconocibles de este camino previo al Siq.

viernes, 12 de agosto de 2011

Largo viaje a la capital nabatea

Nuevo madrugón, nuevo intento de ir a Petra. Esta vez espero que sea la definitiva, que acertemos con la estación de autobuses, puesto que ya no tenemos más días para intentarlo.
Llegamos a otra estación, Halil nos lleva. Ésta se encuentra abierta, subimos al autobús, nos ponemos en marcha. Parece que esta vez sí vamos hacia Petra. Sin embargo no acojo esta partida con especial entusiasmo, no me motiva en demasía esta excursión a una ciudad tan solicitada por el turista. Quizá sea porque siento que no voy a descubrir nada nuevo, nada más al margen de todo lo que hemos hablado o visto en imágenes sobre esta ciudad. Preveo que ver Petra es una suerte de obligación turística que nos debemos procurar ya que estamos por aquí.
Qué gran error este pensamiento, como comprobaré un rato después.

A mitad de camino más o menos, el autobús para media hora en una especie de centro comercial, donde no puedo resistirme a comprar algún souvenir jordano. Una mala compra, como pronto comprobaré. Y tras tres horas aproximadamente, por fin llegamos a Petra. El viaje se me ha hecho largo.
Bajamos del autobús y Ahmad pregunta la hora en que parte el único autobús de vuelta a Amman. Desde luego no contamos con demasiado tiempo para ver una ciudad que se nos presenta como muy grande, pero que constato, más bien es exorbitante.
Y marchamos al encuentro de la ciudad..., y del sol.

El mástil más alto del mundo

Llega Halil y partimos rumbo al próximo destino: el castillo de Ajlun. Al parecer lo ordenó construir un sobrino de Saladino hace más de ocho siglos.
Subimos con la furgoneta hasta la misma entrada al recinto histórico. Halil nos espera fuera, al igual que ya hizo en Jerash. Aquí no hay tanto que andar, aunque sí escalones que subir. Recorremos la pasarela de entrada, y una bandera jordana nos da la bienvenida al castillo. Durante un rato disfrutamos del interior de otro castillo musulmán, y de las vistas que se aprecian desde la torre.


Marchamos de vuelta a Amman. Ésta ha sido una mañana tranquila, en comparación a la del día anterior. Cuando llegamos, Halil nos lleva hasta La Ciudadela. Nos la encontramos cerrada, debido a la hora que ya es. Aún así nuestro chófer habla con los vigilantes de la entrada, por si tienen a bien dejarnos entrar. No lo consigue y volvemos a la casa.
Aunque antes de ello, desde allí arriba junto a La Ciudadela, vemos al fondo, por primera vez, el teatro romano, y también una bandera jordana gigantesca, portada por un mástil inacabable. Según nos es contado, dicho mástil es el más alto, o al menos entre los dos más altos del mundo.
Pienso en un instante que durante estas vacaciones ya hemos visto al menos, dos objetos de récord guiness. Primero fue la piedra más grande del mundo, en el valle de la Bekaa, en Líbano, y ahora le toca el turno al mástil más alto.

Jerash (2)

Seguimos avanzando por un camino que aunque me resulta largo, no es comparable a lo que aún nos resta por andar. Pienso erróneamente que las ruinas de Jerash abarcan solamente hasta el final de dicho camino. Mas al final del mismo lo que nos encontramos es a los empleados del recinto que chequean los tickets, comprados un rato antes.
Así que no hemos hecho más que empezar nuestro recorrido por aquella extinta ciudad greco-romana, anteriormente llamada Gerasa. Carlos y yo subimos hasta el templo de Zeus, o lo que queda de él. Desde arriba contemplamos una panorámica visión del foro, el cual bordeamos cuando bajamos de aquella colina.


Avanzamos por el cardo maximus, pasamos junto al ninfeo, y acabamos en el teatro norte, donde nos encontramos a un grupo de catalanes; lo que nos demuestra que aquel lugar, efectivamente, es bastante turístico.
De ahí nos dirigimos, aunque sin saberlo, al templo de Artemisa (también lo que queda de él), y desde ahí siguiendo la senda de arena nos topamos con el teatro sur, donde tenemos la suerte de coincidir con unos gaiteros jordanos, los cuales tratan de ganarse un dinero extra tocando para un grupo de turistas extranjeros.


Salimos de Jerash, pasando por las tiendas de souvenirs, donde Carlos vuelve a ejercer una vez más el antiguo oficio del regateo.

Jerash (1)

Hoy no nos acompañará Ahmad. Varios asuntos reclaman su tiempo, así que iremos con Halil únicamente. Nuestra visita de la mañana es a Jerash, las ruinas de una antigua ciudad romana.
De todos los lugares que hemos previsto visitar en Jordania, es éste el que menos ilusión me provoca. Aún así me resultará más interesante de lo que esperaba a priori.
Tras un trayecto no muy largo en la furgoneta, Halil nos deja a las mismas puertas de la entrada a las ruinas romanas. Nos dice una hora para que regresemos allí, lo que nos da un tiempo que nos resultará suficiente.
Pagadas las entradas, nos dividimos para seguir cada cual su propio ritmo de visita. Me adelanto con Carlos, y lo primero que vemos según dejamos la taquilla es el arco de Adriano. Tras éste, nos metemos en el hipódromo, subo a las gradas y desde arriba trato de imaginar la multitud de tantos siglos atrás, vitoreando las carreras de cuádrigas en aquel recinto cuasi rectangular. Espero un rato allí y bajo. Álvaro y Mariví ya han llegado, se sientan en las gradas de piedra y miran hacia la arena. Continúo el camino. Aún queda mucho por ver y ya me está golpeando el efecto del sol. Me temo que mi cabeza va a volver a pagar el calor del estío árabe.



jueves, 11 de agosto de 2011

Una jornada inolvidable

Se acaba un día que, sin duda, ya es uno de los más intensos de todas estas vacaciones, y uno de los más inolvidables que he tenido la suerte de vivir. Lo que en un principio estaba destinado a ser una visita por Petra, por mor de una equivocación de autobús, se ha acabado convirtiendo en una continua sucesión de experiencias, todas ellas de un calibre tal, que por sí mismas, por separado, ya resplandecerían como un eminente recuerdo durante semanas y meses. Así que vivirlas todas en un mismo día me provoca un estado de regocijo total.
El monte Nebo, la Tierra Prometida, el hogar de Moisés, el río Jordan y el lugar bautismal de Jesucristo, los beduinos, reposar en el mar Muerto, montar en camello, visitar a un personaje real, y acabar con una majestuosa cena en un salón no menos excelso. Y todo ello, además, rodeado de buenos amigos. Un día, uno más, para recordar.

La cena iraquí

La otra invitación que habíamos recibido esa noche era en casa de una familia iraquí, que nos había convidado a compartir con ellos la rotura del ayuno.
Cuando entramos en la casa y el salón, nos quedamos sorprendidos por la fastuosidad de aquel hogar. Y la sorpresa se eleva al grado de estupefacción aguda cuando vemos la mesa de la comida llenarse con más y más bandejas. Aquella nueva muestra de la hospitalidad árabe nos deja conmovidos. Y a nuestros estómagos, qué voy a contar.
Todo resulta exquisito, todo es digno de ser probado, todos estamos maravillados... En realidad, no todos. El cristal que está sobre la mesa, sosteniendo toda esta comida, decide protestar, y lo hace enérgicamente; no aguanta más y, de pronto, durante la cena se resquebraja. Aguantamos como podemos el cristal para que no caiga la comida, la cual se va retirando a la cocina. Allí acabaremos la cena. Ha sido un infortunio aquel incidente, mas la impresión que nos hemos llevado de esta velada sigue siendo excelente. La hospitalidad, la comida, la casa, todo aquello resulta una bonita experiencia. Al igual que los minutos posteriores de oración. De nuevo nos es permitido vivir estos momentos de profunda religiosidad. Y nuevamente me siento halagado por ello.

Charla con un consejero. Nada más y nada menos

Por la tarde Carlos y yo decidimos dar un paseo, pero no muy largo puesto que no es sencillo guiarse por las calles de Amman. Y es que esta ciudad se fundó sobre siete colinas, y la desigual distribución urbanística resulta un tanto caótica.
Un rato después nos dirigimos todos, incluyendo Walid y esposa a la casa de un consejero real de Jordania. Nada más y nada menos.
Habíamos sometido a votación si aceptábamos la invitación que nos había hecho tal celebridad. Por una parte no sabíamos ni papa de los protocolos a seguir en este tipo de actos, por otro lado no contábamos con indumentaria adecuada, esto es, trajes o similares. Sin embargo, podía ser ofensivo para el consejero el que rechazáramos la invitación. Y además, qué caramba, era una experiencia ciertamente única la que se nos presentaba, visitar a alguien relacionado con la casa real. Nada más y nada menos.
Así que nos pusimos la mejor ropa que teníamos a mano, es decir, pantalones vaqueros y similares, y nos fuimos hacia allá.
El rato que estuvimos en su casa, concretamente en el patio de la misma, fue agradable. Mezclando inglés con árabe, compartimos charla, algunas risas, y algunos también un narguilé. Y en todo ese tiempo nos acogió con cordialidad, con cierto aire campechano incluso. Tampoco su casa mostraba un aspecto suntuoso.
Nos despedimos de él y marchamos hacia el siguiente compromiso social de la noche. Finalmente, pese a nuestras reticencias iniciales, visitar a un consejero real había sido un orgullo y una experiencia inolvidable. Nada más y nada menos.

Un camello en la carretera

Ahmad también se encontró con el mar Muerto. Mojó sus pies y salió. Nos metimos en la ducha para despojarnos de sal. Con toda la que salió podíamos haber montado un negocio..., y habernos forrado.
Abandonamos la playa, y con las ropas ya casi secas, subimos a la furgoneta con rumbo a alguna parte. El día había resultado muy intenso, no me imaginaba qué otra sorpresa nos podía deparar.
Durante el trayecto de vuelta a Amman, Ahmad nos preguntó algo acerca de un camello. Le dije que sí, aunque no entendía bien de qué hablaba. Un rato después paramos en el arcén de la carretera. Ahmad y Halil hablaron con alguien; estaban fijando el precio. Parece que lo del camello iba en serio. Pedían tres dinares (lo que al cambio equivale a tres euros); se los di.
Bajamos de la furgoneta y nos encontramos en una recta de una carretera, en algún lugar de Jordania. Allí estaba el camello y el camellero. Había aceptado subir en él, en el camello, así que no podía fallar; además había pagado ya la tarifa. El camello estaba reposando, arrodillado. Subí y al poco bajé, una foto y ya está.
Entonces Mariví se atrevió a imitarme y subió a continuación. Fue entonces cuando el camello, a traición, decidió (o quizá fue el camellero quien tomó tal decisión) levantarse..., con Mariví subida. El susto que se llevó nuestra compañera fue de aupa el Erandio. Ante su insistencia en que la bajaran de allí, el camello bajó; y cómo bajó el animal. Desde luego no se sentó suavemente, no.
Visto lo cual, envidioso yo, mostré mi formal queja sobre el hecho de que el camello no había decidido levantarse conmigo encima, aunque dada mi masa corporal podía ser comprensible. Así que me instaron a que volviera a repetir. Me costó nuevamente ponerme a horcajadas en el camello, dada mi escasa flexibilidad. Pero cuando lo hice, comprobé que el susodicho se movía, se estaba levantando. Con buen criterio tuve a bien agarrarme al borrén delantero, como un cowboy de tres al cuarto. Y ya de paso también al trasero cuando comprobé que no sólo se había levantado si no que también estaba andando.
Dio un brevísimo paseo, trazando una circunferencia sobre el lugar, y el camellero le instó a que volviera a arrodillarse para que me bajara. Comprobé personalmente la brusquedad con que el animalito aterriza en la arena, me bajé y volvimos a subir a la furgoneta para continuar hacia Amman. Una nueva e interesante experiencia ésta de montar en camello.

... y la sal

Para entrar en el agua debía previamente quitarme los calcetines, aunque tentado estuve de no hacerlo. Craso error hubiera sido, dado que dichos calcetines nos resultarían muy útiles, en seco.
Los aproximadamente nueve segundos que tardé en quitármelos, dejarlos en algún lugar y entrar en el agua, me sirvieron para recordar lo que es tener los pies calentitos. Aunque los primeros pasos dentro del mar Muerto tampoco fueron a pedir de boca, porque al calor anterior le siguieron las piedras de la orilla; así que las plantas de los pies siguieron sufriendo unos segundos más.

Es común advertir aquí a los bañistas que eviten que el agua contacte con su cara, para lo cual nadar boca abajo es una gran temeridad. De hecho, nadar es una imprudencia, al menos si las dotes natatorias se asemejan a las mías, o sea, prácticamente nulas; y más aún cuando se intenta brazear de espaldas, sin tener idea.
De ahí que en mi primer intento de flotar sobre este curioso mar, lo único que consiguiera fuese echarme agua sobre mí mismo, y sobre los ojos en particular. La ceguera momentánea me recordó los consejos, y me sirvió para verificar que efectivamente en el mar Muerto hay mucha sal.
Ahí es cuando recurrí de nuevo a los calcetines. Salí del agua, y como pude los encontré, agazapados en la orilla, cogí uno y con él me sequé los ojos.
No fue éste el único salvamento que me procuraron los calcetines. Y de hecho, no sólo me sirvieron a mí. Poco después mis camaradas acudían a ellos para socorrer sus ojos demasiado salados. Al final, los calcetines a causa de los cuales fueron vertidas risas, acabaron siendo nuestros héroes en aquella playa.

Y desde luego continuamos con la tradición. Conseguimos tumbarnos y flotar sobre el Mar Muerto.


Los calcetines...


Disponíamos de apenas hora y media para estar en la playa, lo que en un primer momento se me antojaba escaso. Así que pagamos las entradas y bajamos prestos hacia la arena, sin contemplar el resto de instalaciones; esto es, chiringuitos hosteleros y otros, donde se vendían productos diversos.
Dejamos nuestras pertenencias bajo una marquesina y procedimos a la playera costumbre de despojarnos de las vestimentas. Ahmad se quedó un poco más arriba hablando con Halil y posiblemente con alguno de los trabajadores que en la playa había, y no bajó hasta un rato después. Desde luego con la tormenta de calor que estábamos sufriendo, el que Ahmad estuviera allí en pleno ayuno era como para erigirle un monumento.
Una vez que los compañeros se despojaron de lo dispensable, se encaminaron sin mayor dilación hacia el agua. Yo aún tardé un poco más, justo el tiempo que necesité en buscar una solución al problema que me rondaba la cabeza, y sobre todo, los pies. Porque pronto constaté que mis compañeros habían incluído entre sus pertenencias mochileras unas chanclas, lo que a mí no se me ocurrió. Quizá en una playa del litoral vasco este calzado no hubiera representado mayor quebranto, mas en una playa jordana, a las dos y algo de la tarde, en pleno agosto, sentí que tenía un problema por resolver.
O bien me quedaba allí debajo del refugio todo el tiempo que mis camaradas tuvieran a bien pasarse en el agua, y de paso perderíame una de las experiencias más evocadas por el ser humano en esta parte del planeta, es decir, flotar en el mar; o bien demostraría al resto de gente de la playa (escasa a esta hora) que soy un vasco de pura cepa y bajaría la cuesta arenosa hasta el agua sin ninguna protección en mis pies, aún sabiendo que esta opción me dejaría las plantas de los mismos algo calcinadas.
Como ninguno de estos pensamientos me resultaba ciertamente atractivo, opté por una alternativa diferente: hacer el ridículo, pero sin quemarme..., o no tanto, al menos. Así que, me puse los calcetines, y 'protegido' con los susodichos me dirigí con paso ligero al agua, antes de que el calor me derritiera los pies.
Así llegué hasta la orilla del mar Muerto. La entrada en él también fue una odisea.

El mar Muerto

Tras deshacer el camino andado, salimos de la ruta guiada, subimos de nuevo al autobús, y volvemos al punto de partida. Miramos de pasada las tiendas de souvenirs y regresamos a la furgoneta, donde Halil nos espera para proseguir viaje. Ahora nos toca ver otro de esos lugares que el turista que visita Jordania no debe perderse... Vamos hacia el mar Muerto.
Hoy está siendo un día tremendamente provechoso e impactante incluso. De fastidiarse nuestro pretendido viaje a Petra, a visitar el monte Nebo, el Jordan, y ahora el mar Muerto. Y todo en el mismo día.


Tenemos la opción cutre, la de lujo y la menos cara. Debemos elegir entre las tres, es decir, a qué tipo de playa vamos a ir. La cutre es una playa pública, para la que no hay que pagar la entrada, lo que aparentemente es normal para nosotros. El problema es que no hay duchas ni ningún otro servicio. A posteriori nos damos cuenta de que ha sido un gran acierto rechazar esta opción.
La de lujo es una playa donde se hacen baños de barro y otra clase de terapias diversas. La primera impresión es que esa opción es muy interesante..., hasta que Ahmad nos dice el precio de alguna de esas playas. Es tan inasequible a nuestros bolsillos que la rechazamos. Y claro, por eliminación nos quedamos con la playa intermedia: de pago, con derecho a ducha, lo que será muy de agradecer tras el baño en el mar.
Llegamos a la playa. Su nombre no es muy original desde luego.

El río sagrado (2)

Dejamos atrás el lugar donde San Juan Bautista procuró el bautismo más conocido del cristianismo. Seguimos por un estrecho sendero, casi sin darnos cuenta del sofocante calor que nos cae. El final de la ruta es el más emocionante de todos, al menos para mí. Tras pasar por una bonita a la par que antigua iglesia, nos encontramos en la zona del río en la que el turista puede acercarse.


Al llegar, bajando unos escalones de madera hay una pila bautismal con agua que supongo es del río. Sin embargo no me paro ahí, continúo. En un momento veo de cerca el río Jordan. Desde una barandilla contemplo un río que tan vilipendiado ha sido, que como nos es explicado por el guía, fue mancillado en su caudal para obtener ventajas logísticas de los israelíes contra sus enemigos. En suma, un río sagrado que además de para bautizar a Jesucristo también fue utilizado para fines belicosos.
Al otro lado, a escasos metros se encuentra la frontera israelí. Veo su bandera otear, y a dos soldados también. Un río, unos pocos metros separan el mundo árabe de otro país al cual me resulta difícil calificar.


Bajo los apenas cuatro escalones que llegan hasta el Jordan. Me descalzo, la madera arde por el sol, me siento e introduzco los pies en el río. Resulta complicado de explicar el sentimiento para alguien que no crea, para un turista cualquiera que venga aquí sin ninguna inquietud, únicamente como parte de un paquete de viaje ya programado por la agencia. Me siento acongojado, pienso en alguna gente, les recuedo y deseo creer que aquel río me dará algo especial, no sé qué. Quizá esperanza.
Durante escasos minutos, que me hubiera gustado fueran horas, estoy en contacto con el Jordan, con un río sagrado.


El río sagrado (1)

En el trayecto que nos llevará al río bíblico vemos paisajes áridos, desérticos como es de esperar en este país. Y entre montañas, envueltos en llanuras secas, nos encontramos a unos nómadas. Carlos pide parar la furgoneta, la que hemos alquilado para los próximos días, y que conduce el chófer, Halil. Saca unas fotos a distancia de las tiendas de campaña que vemos asentadas. Mas lo realmente interesante sería estar con esta gente, mezclarnos unas horas al menos en esa otra cultura.

Llegamos a un emplazamiento turístico desde el que comienza una visita guiada al río Jordan, y sobre todo al lugar en que Jesús fue bautizado. Aunque el sitio es relativamente modesto, con una caseta para comprar las entradas y un espacio comercial con tiendas de souvenirs, me sorprende el enclave comercial, pecuniario, de un lugar de culto como es éste. Mas no debiera afligirme tal cuestión, no debo olvidar en el siglo en que vivimos.
Durante la espera del autobús que nos acercará al comienzo de la ruta, nos ofrecen chubasqueros para sumergirnos en el Jordan, para emular a los nativos de hace casi dos mil años. No compramos aunque me lo pienso.
El autobús nos deja en un lugar en alguna parte, y desde ahí debemos seguir a pie. Pronto veremos por primera vez el río, y también donde se piensa que Jesucristo fue bautizado por San Juan. El punto exacto no queda claro, y a mi aún menos dado que no sigo las explicaciones del guía, puesto que él va a un ritmo de marcha y de parloteo en inglés muy diferente al que soy capaz de asumir.

La casa de Moisés

Abandonamos el Monte Nebo, no sin antes ver la cruz que se eleva sobre la primera iglesia construida aquí, o una gran piedra circular que servía de puerta a un monasterio bizantino. Y lo mejor de todo, las vistas del lugar donde se cree que Moisés vivió al llegar a estas tierras.



Y desde aquí nos dirigimos al río Jordan.

La Tierra Prometida

El madrugón no me ha dejado muy contento, o mejor dicho, el madrugar para nada. Aunque la opción alternativa que Ahmad nos propone se convertirá en uno de los viajes que más recordaré en mucho tiempo. Uno de los que más intensidad emocional me deparará. Vamos al monte Nebo, desde donde Moisés divisó la Tierra Prometida, cerca de donde vivió y murió. Visitaremos también el río Jordan, y el lugar donde se cree que Jesucristo fue bautizado. Me resulta emocionante saber que en poco rato estaré en lugares tan bíblicos como esos.
De camino Halil nos para en una inmensa tienda de souvenirs y productos artesanales jordanos, hechos allí mismo. Al parecer se trata de una especie de o.n.g. que obtiene recursos de las ventas de dichos productos. Una encargada de la tienda nos guía por allí, también nos ofrece un té, y finalmente nos muestra las propiedades de diferentes artículos elaborados con sal del mar Muerto, haciendo una prueba con nuestras manos.
Hacemos varias compras y reanudamos la marcha hacia el monte Nebo.

Entramos al recinto, previo pago de las entradas, y nos encontramos con un monumento dedicado a Juan Pablo II, en su visita a aquella zona. También, otro monumento a Moisés.



Y poco después, bajo una enorme tienda de campaña, una sala museo donde se exponen diferentes mosaicos e inscripciones de gran antigüedad.
Al salir de allí nos dirigimos a un mirador, desde el que divisamos la Tierra Prometida al fondo. Dejo la mirada perdida y me imagino aquel momento, trato de hacerlo al menos, cuando Moisés pudo contemplar aquella nueva tierra, cuando le fue anunciado que él no la pisaría. Aquí estamos, tantos siglos después, viendo un extenso pedazo de tierra que tantos odios ha sembrado, que tantos conflictos ha provocado, que tantas muertes ha acarreado. Me resulta emocionante estar viendo desde este lugar la Tierra Prometida.



miércoles, 10 de agosto de 2011

En busca del autobús equivocado

Madrugamos, y mucho. Tengo sueño, creo. Desayuno poco, algo de lo que hay disponible. Aún arrastro cierta prudencia por los últimos problemas estomacales en Líbano. Aprovecho para ver la casa por fuera, el patio de alrededor, donde además hay una pequeña zona de recreo para los niños. Cada vez me gusta más la casa.


Viene Halil, es el chófer habitual de Walid en Amman. Será nuestro compañero en los próximos días, quien nos llevará a uno u otro lugar, salvo a Petra, para lo que cogeremos un autobús.
Vamos a la estación de autobuses, y esperamos. Pasado un rato aún no ha llegado el que nos llevará a Petra. Parece que es el único que sale hacia allí, o al menos el único que nos merezca la pena coger, dado que el que nos traerá de vuelta, el único, es por la tarde.
Seguimos esperando, tengo sueño, es todavía muy temprano. Por allí no pasa ningún autocar, y de hecho la estación está cerrada, estamos esperando fuera de la misma. Trato de no impacientarme, aunque comienzo a notar, además de sueño, frío.
Ya llevamos bastante rato aquí, no me parece normal que el autobús tarde tanto. Viene alguien a abrir la estación, Ahmad le hace un gesto indicándole que es tarde. Los demás ríen, yo no estoy de humor. Entra en la estación a preguntar. Parece ser que el autobús a Petra no sale desde esta estación sino desde otra. Menuda cagada, el viaje a Petra tendrá que ser otro día, con otro madrugón. ¿Y ahora qué hacemos?