martes, 16 de agosto de 2011

El viaje de las mil y una experiencias

Hace dieciséis días que llegamos a Amman. Entonces, en aquel aeropuerto donde hicimos escala, tuvimos que ir muy deprisa para poder embarcar en el avión a Beirut, que era nuestro primer destino. Ahora hemos regresado para volver a casa. A nuestra otra casa, puesto que aquí hemos tenido una, o varias incluso, tan acogedoras que me han hecho sentirme como en la mía propia.
Hace poco más de dos semanas veía por primera vez rótulos escritos en árabe. En estos días he tenido tiempo para ver unos cuantos. También para ver pancartas amarillas y verdes que nos han llamado la atención, o garitas con soldados en plena carretera, o un barrio de refugiados palestinos, o edificios construídos en la roca, o comidas que no había oído mencionar antes, o llamadas a la oración pasadas las cuatro de la madrugada... En cualquiera de estos días de vacaciones, he vivido tantas o más experiencias que en meses en Bilbao; y no ha sido sólo uno, sino dieciséis.

Volvemos a este aeropuerto. En la casa nos hemos despedido de Ahmad, ahora lo hacemos de Halil. Volaremos durante algunas horas hasta Madrid, recibiremos de nuevo una comida ligera, trataremos de distraernos con el aparato multimedia que porta cada asiento, tomaremos tierra en Barajas, donde nos separaremos de Carlos, quien tomará otro avión para ir a Barcelona, a prolongar algo más sus vacaciones. Álvaro, Mariví y yo iremos en el coche de un amigo de Walid, quien nos llevará a la estación de autobuses. Y allí cogeremos un autobús de regreso a Bilbao. Será un autocar supra, ésta vez sí, con sandwiches, con bebidas, con azafata. Y a la salida de Madrid veremos cómo esta ciudad está preparando la visita del Papa en los próximos días.
Llegaremos a Bilbao, y notaré un cierto vacío. El que crea la mirada de la realidad.


Despegamos del aeropuerto de Amman. Han sido algo más de dos semanas de muchísimas cosas que contar. Tanto es así que este blog ha resultado especialmente extenso. La sorpresa que cada día nos tenía reservada, la camaradería de mis compañeros de viaje, de Álvaro, Mariví, Carlos, de Ahmad, su padre, sus hijos, Walid y toda su familia. Toda la gente que hemos conocido, todo lo que hemos visto, lo que hemos sentido. Ha merecido mucho la pena este viaje.
Shukran. Halas

lunes, 15 de agosto de 2011

Los donuts de Mariví

De camino a casa, paramos. Así, de pronto. Ahmad se baja del coche y entra en un supermercado. Al parecer va a comprar algo para Halil. No entiendo la urgencia de tal compra, mas no tiene mayor importancia.
Al poco, nuestro amigo regresa. Entre lo comprado, saca una caja. ¡Son donuts!

Tras un montón de días mostrándonos Mariví su deseo de comerse un dunkin-donut, o unos cuantos (la primera vez fue ya en Líbano), y tras tantas bromas al respecto por nuestra parte, el último día Ahmad decide por fin cumplir su deseo. Le había comprado una caja, que fueran o no dunkin, era de donuts, o al menos parte de ellos, puesto que algunos no tenían ni forma redonda, ni agujero en el centro.
En cualquier caso, ahí estábamos nosotros, en el hall de la casa, cumpliendo un deseo que se había convertido en una coletilla, al igual que lo fue el "¡y nos forramos!", que también puso de moda nuestra amiga.
La encargada de repartir los donuts, como no podría ser de otra manera, fue ella. Bajo las estrellas de Amman pasamos nuestra última noche en aquella casa, comiendo donuts, por fin.



Balance de un viaje inolvidable

La cuñada de Ahmad nos ha invitado a cenar en su casa, con su familia. Según entramos nos encontramos un salón espléndido, y contiguo a él, el comedor engalanado con una decoración de buen gusto y toque señorial. Y sobre la mesa pronto empezaremos a ver gran cantidad de platos, cuyos sabores deleitaran nuestros paladares.
En el último día de las vacaciones, en nuestra última cena en aquellos países, tras haber probado toda clase de manjares, tras haber sido honrados con la hospitalidad árabe, tras haber vivido ya esta situación varias veces, aún sigo maravillándome de todo esto. Sin duda echaré de menos todas estas experiencias culinarias.

Tras la comida, los postres, el té, y más postres, nos vamos a dar un paseo por la bulliciosa parte antigua de Amman. Tras la cena, las calles vuelven a recobrar una especial vida. Vemos escaparates, Ahmad y Mariví hacen algunas compras, Carlos bebe en una zumería, y Ahmad me pregunta qué me han parecido estas dos últimas semanas.
Es difícil explicar lo que siento, mientras aún soy parte de este viaje. Supongo que pasado algún tiempo podré hacerlo con mayor profundidad, y dejaré entrever más énfasis en la añoranza. No obstante, le transmito a nuestro amigo, o trato de hacerlo al menos, mi agradecimiento por haber podido vivir tantas experiencias, por haber compartido con nosotros la espiritualidad de esta fiesta musulmana, además de sitios turísticamente muy recomendables. Vine a este viaje sin apenas pretensiones, y me voy recibiendo  muchísimo.

Las tortugas y los pasteles

De vuelta a Amman llamaron nuestra atencion varias casas de cierto lujo, en contraste con unos asentamientos de beduinos. Y al llegar a la casa, concitaron nuestra atención, sobre todo a Mariví, como ocurría casi todos los días, los otros huéspedes de la casa. Porque además de los peluches de las habitaciones, y de nosotros mismos, unas tortugas se paseaban alegremente junto al huerto de la casa. Y aunque se mostraban insociables, Mariví ya se encargaba de sacarlas de su escondite, y obligarlas a entablar relaciones sociales.


Tras comer (no a las tortugas precisamente), salimos a dar una vuelta por los alrededores de la ciudad, y en concreto a comprar a unos grandes almacenes que el día anterior habíamos localizado. Nos compramos unos trapitos, a un precio considerablemente barato, y nos fuimos de vuelta a casa. Por el camino hice mi última compra de pasteles para llevar a Bilbao, en la pastelería de un señor checheno que elaboraba unos pasteles de higo, especialidad de su tierra.

Aguas calientes

Comenzábamos este último día completo en Jordania, con el transporte de nuestras maletas. Dado que nuestro avión partía desde Amman, que era una escala del trayecto Beirut-Madrid, y para evitarnos problemas con la facturación del equipaje, Ahmad decidió llevarlo a una oficina de la compañía aérea, para facturar con un día de adelanto. Me resultó curioso, aunque todo lo que fuera por seguridad y comodidad, bien estaba.
Cuando nos hubimos desprendido del equipaje, nos dirigimos hacia un destino que Ahmad omitió revelarnos, aunque sí nos había dicho que lleváramos bañador. En el trayecto, pasamos cerca del mar Muerto de nuevo y de la playa donde unos calcetines y la sal jugaron un papel protagonista. Nos pusieron una multa por exceso de velocidad. Y también circulamos por unas carreteras situadas en una orografía un tanto difícil. Pero al final llegamos.

La sorpresa que Ahmad nos tenía preparada era un centro de aguas termales, famoso por encontrarse en uno de los puntos más bajos del planeta (a 220 metros bajo el nivel del mar).
La primera piscina no tuvo demasiado éxito entre nosotros, básicamente debido a su elevada temperatura. En la segunda sí que disfrutamos. Allí algunos nos lo pasamos como enanos.
Fue una experiencia más en este viaje que ya llegaba a su fin.


domingo, 14 de agosto de 2011

La cálida noche jordana

Tras abandonar un lugar tan atractivo como es esta Ciudadela, nos vamos a cenar. Para ello, el cuñado de Ahmad nos lleva a un restaurante de comida rápida, donde degustamos un buen surtido de bocadillos, a cada cual más estupendo. Aunque lo verdaderamente destacado en este local, por lo que nos ha traído hasta aquí, son sus zumos. Con una selección tan variada nos resulta difícil elegir. No obstante, él nos aconseja un sabor en concreto. Le hacemos caso y bebemos un auténtico elixir celestial.
En aquella terraza sentado, comiendo unos bocadillos que a mí se me antojaban platos de alta cocina, y un zumo como pocas veces probaré; contemplando el bullicio de la gente, de una muchedumbre entusiasmada con el partido de fútbol Madrid-Barça de la supercopa, que aquí parece vivirse incluso con más intensidad que en España; sintiendo la cálida hospitalidad de la noche jordana, charlando con unos amigos... En aquella terraza sentado, no me acordé ni por un momento que esa misma mañana habíamos intentado entrar en Israel. Seguiría disfrutando de Jordania un día más, y me alegraba de ello.

El templo de Hércules

Continuamos nuestro paseo por la Ciudadela. Hay un concierto de música ligera árabe, y en concreto libanesa, según nos aclara Ahmad con indisimulado orgullo.
Terminamos muy a mi pesar el paseo por un recinto que ha estimulado plenamente mis sentidos. Aunque aún nos queda algo más que ver...
No sé cómo ni por qué, pero de pronto me encuentro con que una señora, que resulta ser la directora de las excavaciones de las ruinas romanas que vemos al fondo, posibilita que se nos permita el acceso a dicha zona de la Ciudadela, en ese momento cerrada al público. Y no solamente nos permite la entrada, sino que además es nuestra guía. Vaya suerte que tenemos; una vez más.
Damos un paseo por allí, mientras la directora nos va explicando en inglés lo que estamos viendo. Al poco tiempo de habernos despedido de esta señora, volvemos a entrar, en esta ocasión cuando abren las puertas al público en general. Y con los turistas entra una pequeña horda de romanos (de empleados vestidos de tal guisa), que ambientan un poco el lugar.