domingo, 31 de julio de 2011

Bufanda de bienvenida

El vuelo a Beirut se nos hace corto. Rellenamos las hojas de extranjería para nuestra entrada al país (hasta ahora, viajando por Europa, no había necesitado tal papeleo) y se nos anuncia que estamos a punto de aterrizar en el aeropuerto Hariri de Beirut.
Tengo sensaciones un tanto extrañas. Hasta el año pasado Líbano no entraba en mi lista de futuras vacaciones. El verano pasado hablamos sobre ello, pensamos en fechas pero la falta de acuerdo y de una auténtica voluntad en visitar la tierra de nuestro amigo aplazó una ilusión de entonces transformándola en una esperanza lejana. Este año parecía que habría más de lo mismo, palabras y no voluntades para visitar aquellas tierras. Incluso cuando nos reunimos unas semanas antes en casa de Álvaro, en torno a unas pizzas para organizar el viaje, incluso cuando por fin nos fueron reservados los billetes de avión, y hasta cuando en la T4 de Barajas nos subimos al mismo, ni tan siquiera entonces me acabé de creer que sí, que esta vez iba en serio, que íbamos a ver una tierra tantas veces mencionada, un mundo oriental tan ajeno y tan lejano en apariencia para mí.
Así que cuando bajé del avión y me dirigí con mis camaradas de viaje a recoger el equipaje, aún no había asimilado todo aquello, que estaba en Beirut, la Barcelona del otro lado del Mediterráneo. Todavía no era capaz de aceptar la proximidad de aquella ilusión que hasta entonces se me había presentado como una tenue línea en el horizonte. Por momentos sentía que estaba tocando esa esperanza, ese horizonte, y ello me provocaba cierto nerviosismo.
Entonces recordé las palabras de Ahmad unos días antes, cuando me dijo que estuviera tranquilo, que aquel viaje era como el que compartimos en Valencia casi un año antes. Así me lo tomé, y así quise plantearme todo el viaje por aquel país, sin más información que la precisa, con los oídos, los ojos y la nariz en perfecto estado, para percibir todo aquello como Patxi nos aconsejó en nuestra partida.
Y allí estaba él, en el hall de llegadas del aeropuerto, con una bufanda del Bilbao Basket en mano, por si no le hubiéramos reconocido. Claro que sólo podía ser él, Ahmad. Ya estamos en tu casa.


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