Comienza el rally. Es noche en Beirut pero ya comenzamos a ver cómo se conduce por esas latitudes. Vamos a la casa del padre y la hermana de Ahmad. La calle, los edificios con sus ventanas cubiertas con larguísimas cortinas, la frutería de la esquina con sus cajas de frutas a pie de calle… Acabamos de llegar y ya me siento sobrecogido por un lugar distinto, por las huellas de recientes guerras absurdas...
Subimos al 2º piso, entramos. Nos recibe un gran salón engalanado con muy buen gusto y buen curro de los hijos de Ahmad, con motivo de la festividad de Ramadan. Nos recibe su padre, posteriormente su hermana. El primero de los honores que me van a ser brindados durante los próximos días.
Cuando aún estoy tratando de asimilar estos primeros contactos con Beirut nos dice Ahmad que cojamos ropa y enseres para dos días, que nos demos prisa que nos vamos. No entiendo, pero me abstengo de preguntar, al igual que haré habitualmente en días sucesivos. Él sabe, el porvenir dispondrá.
Cambiamos de coche. Deja el de su hermana, con el que hemos venido del aeropuerto, y nos metemos en su BMW, compañero de fatigas durante la próxima semana y media. Sigue siendo de noche así que todavía no soy plenamente consciente de cómo se conduce en este país. Estamos subiendo una montaña, camino de la casa familiar donde dormiremos los próximos días. De camino paramos para comprar algo de comer. Es una especie de panadería. No preguntamos, Ahmad elige. Paramos en un mirador para degustar esta especie de tortas con sésamo y con otros ingredientes que se escapan a mi conocimiento, y que están simplemente exquisitas.
Nos asomamos para ver las vistas de un Beirut nocturno y de una especie de feria que hay allí abajo. Mientras mis compañeros charlan sobre las situaciones actuales de la ciudad y del resto del país, trato de seguir el consejo de Patxi y dejo que la mirada siga su instinto, escucho los sonidos de esta primera noche beirutí, mezcla de distante bullicio y de sonoro silencio, y percibo un olor diferente. El olor de otro continente, de una nueva hospitalidad.
Una persona que se acerca vestida de militar rompe mis ensoñaciones. Nos dice Ahmad que es un conserje de los edificios próximos. Me sorprende su indumentaria. Acabamos nuestra deliciosa cena y proseguimos la subida hasta la casa de la montaña. Llegamos, está bien, nos instalamos, Carlos y yo en la habitación de los niños. Por todas partes nos encontramos con Winnie de Pooh. Me gusta la estancia. Y mucho más cuando salimos a la terraza. Nos sentamos allí fuera y viendo el paisaje, las vistas de alredor, en seguida siento que estoy en otro lugar, en un pueblecito cordobés, con mi tía y mis primos, y unos recuerdos de infancia que no esperaba rescatar precisamente ahí, en este país.
Miro a Ahmad. Estoy aquí, esta vez no te he fallado. No pronuncio palabra, no es necesario, él ha entendido mi mirada. Siento que aquí estoy como en casa.