domingo, 31 de julio de 2011

La calidez de la montaña

Comienza el rally. Es noche en Beirut pero ya comenzamos a ver cómo se conduce por esas latitudes. Vamos a la casa del padre y la hermana de Ahmad. La calle, los edificios con sus ventanas cubiertas con larguísimas cortinas, la frutería de la esquina con sus cajas de frutas a pie de calle… Acabamos de llegar y ya me siento sobrecogido por un lugar distinto, por las huellas de recientes guerras absurdas...


Subimos al 2º piso, entramos. Nos recibe un gran salón engalanado con muy buen gusto y buen curro de los hijos de Ahmad, con motivo de la festividad de Ramadan. Nos recibe su padre, posteriormente su hermana. El primero de los honores que me van a ser brindados durante los próximos días.
Cuando aún estoy tratando de asimilar estos primeros contactos con Beirut nos dice Ahmad que cojamos ropa y enseres para dos días, que nos demos prisa que nos vamos. No entiendo, pero me abstengo de preguntar, al igual que haré habitualmente en días sucesivos. Él sabe, el porvenir dispondrá.

Cambiamos de coche. Deja el de su hermana, con el que hemos venido del aeropuerto, y nos metemos en su BMW, compañero de fatigas durante la próxima semana y media. Sigue siendo de noche así que todavía no soy plenamente consciente de cómo se conduce en este país. Estamos subiendo una montaña, camino de la casa familiar donde dormiremos los próximos días. De camino paramos para comprar algo de comer. Es una especie de panadería. No preguntamos, Ahmad elige. Paramos en un mirador para degustar esta especie de tortas con sésamo y con otros ingredientes que se escapan a mi conocimiento, y que están simplemente exquisitas.
Nos asomamos para ver las vistas de un Beirut nocturno y de una especie de feria que hay allí abajo. Mientras mis compañeros charlan sobre las situaciones actuales de la ciudad y del resto del país, trato de seguir el consejo de Patxi y dejo que la mirada siga su instinto, escucho los sonidos de esta primera noche beirutí, mezcla de distante bullicio y de sonoro silencio, y percibo un olor diferente. El olor de otro continente, de una nueva hospitalidad.

Una persona que se acerca vestida de militar rompe mis ensoñaciones. Nos dice Ahmad que es un conserje de los edificios próximos. Me sorprende su indumentaria. Acabamos nuestra deliciosa cena y proseguimos la subida hasta la casa de la montaña. Llegamos, está bien, nos instalamos, Carlos y yo en la habitación de los niños. Por todas partes nos encontramos con Winnie de Pooh. Me gusta la estancia. Y mucho más cuando salimos a la terraza. Nos sentamos allí fuera y viendo el paisaje, las vistas de alredor, en seguida siento que estoy en otro lugar, en un pueblecito cordobés, con mi tía y mis primos, y unos recuerdos de infancia que no esperaba rescatar precisamente ahí, en este país.
Miro a Ahmad. Estoy aquí, esta vez no te he fallado. No pronuncio palabra, no es necesario, él ha entendido mi mirada. Siento que aquí estoy como en casa.

Bufanda de bienvenida

El vuelo a Beirut se nos hace corto. Rellenamos las hojas de extranjería para nuestra entrada al país (hasta ahora, viajando por Europa, no había necesitado tal papeleo) y se nos anuncia que estamos a punto de aterrizar en el aeropuerto Hariri de Beirut.
Tengo sensaciones un tanto extrañas. Hasta el año pasado Líbano no entraba en mi lista de futuras vacaciones. El verano pasado hablamos sobre ello, pensamos en fechas pero la falta de acuerdo y de una auténtica voluntad en visitar la tierra de nuestro amigo aplazó una ilusión de entonces transformándola en una esperanza lejana. Este año parecía que habría más de lo mismo, palabras y no voluntades para visitar aquellas tierras. Incluso cuando nos reunimos unas semanas antes en casa de Álvaro, en torno a unas pizzas para organizar el viaje, incluso cuando por fin nos fueron reservados los billetes de avión, y hasta cuando en la T4 de Barajas nos subimos al mismo, ni tan siquiera entonces me acabé de creer que sí, que esta vez iba en serio, que íbamos a ver una tierra tantas veces mencionada, un mundo oriental tan ajeno y tan lejano en apariencia para mí.
Así que cuando bajé del avión y me dirigí con mis camaradas de viaje a recoger el equipaje, aún no había asimilado todo aquello, que estaba en Beirut, la Barcelona del otro lado del Mediterráneo. Todavía no era capaz de aceptar la proximidad de aquella ilusión que hasta entonces se me había presentado como una tenue línea en el horizonte. Por momentos sentía que estaba tocando esa esperanza, ese horizonte, y ello me provocaba cierto nerviosismo.
Entonces recordé las palabras de Ahmad unos días antes, cuando me dijo que estuviera tranquilo, que aquel viaje era como el que compartimos en Valencia casi un año antes. Así me lo tomé, y así quise plantearme todo el viaje por aquel país, sin más información que la precisa, con los oídos, los ojos y la nariz en perfecto estado, para percibir todo aquello como Patxi nos aconsejó en nuestra partida.
Y allí estaba él, en el hall de llegadas del aeropuerto, con una bufanda del Bilbao Basket en mano, por si no le hubiéramos reconocido. Claro que sólo podía ser él, Ahmad. Ya estamos en tu casa.


Un vuelo multimedia

Llegamos al aeropuerto de Barajas sin mayor contratiempo. Lástima que en el metro de Madrid no haya más ascensores. Es un rollo tener que estar subiendo y bajando escalones continuamente con las maletas.
Tras un buen paseo por la terminal 4 llegamos a los mostradores de Royal Jordanian. Tenemos que hablar con cierta persona de la compañía para conseguir buenos asientos, en una clase preferente. Álvaro habla con la señorita pero no es posible tanta preferencia. No importa, está bien así.
En el avión me siento entre dos extraños, uno es una señora con pañuelo en la cabeza; para irme acostumbrando puede venir bien. El avión parte de Barajas con retraso, más tarde de las 13.10, la hora programada de salida.
Dentro del avión pronto noto una cierta sensación de confusión. Me encuentro perdido. Primero con la comida, que no sé de qué forma comerla, sobre todo sin mancharme. Y después con el sistema audiovisual de que dispone cada asiento. Lo primero lo resuelvo, más o menos, viendo lo que hacen mis compañeros de asiento e imitándoles, aunque no logro dejar mi ropa impoluta en el intento. Lo del vídeo y la música consigo descubrirlo pocas horas antes de llegar a destino, aunque me sirve para ver esporádicas escenas de alguna película entre sueño y sueño. Es una barbaridad la cantidad de películas, juegos, música o documentales con que cuenta el avión.
Además dispone de un sistema indicativo de la trayectoria seguida y de información sobre el vuelo. Compruebo en una pantalla vecina que estamos sobrevolando la bota italiana, Malta, etc. Desde el aire la perspectiva hubiera sido más emocionante que sobre una pantalla, mas mi asiento no se encuentra junto a una ventanilla, así que me conformaré imaginando las espectaculares vistas.

Tras cinco horas aproximadamente, más una hora añadida por la diferencia horaria con Madrid, llegamos a Amman. No soy plenamente consciente del retraso adquirido en Barajas hasta que a la llegada a la capital jordana veo que disponemos de escasa media hora para embarcar en el avión a Beirut, nuestro destino. Bajamos del avión, entramos en el autobús que nos lleva hasta la terminal de Amman. Álvaro y Mariví no han bajado del avión todavía.
En la terminal entregamos pasaporte, pasamos, y esperamos a que Álvaro y Mariví lleguen a aquel hall, a aquella sala de espera que me resulta un poco ‘austera’. Vamos deprisa, deprisa hasta la puerta de embarque, llegamos fuera de hora pero aún vienen detrás de nosotros otros pasajeros. Finalmente el avión con destino Beirut parte con cierto retraso. Alrededor de las 9, ya es noche cerrada en Amman.

sábado, 30 de julio de 2011

Viajando en supra

Voy con la maleta y una bolsa de regalos paseando por Licenciado Poza. No quiero ir deprisa, tengo tiempo y además no quiero llegar con sudores a la estación de autobuses.
A pesar de mi parsimonia aún llego antes que Carlos. El autocar es de clase supra, así que según nos han dicho tarda menos en llegar, tendremos sándwich, bebida y periódicos incluidos en el precio. No sé si todo ello nos influirá en el sueño porque la idea inicial es pasarme el viaje a Madrid durmiendo.
Y así es en parte, me paso un buen trayecto durmiendo. Respecto al sándwich, la bebida, el periódico o la azafata a bordo, no vemos nada de nada. Incluso la típica parada en Lerma, propia de los trayectos tradicionales a Madrid, también se produce en este viaje supra, parando allí durante casi media hora. El billete ha resultado más caro y en lo único que se diferencia respecto a otros autocares es en que nos dan auriculares de música y que los asientos son de cuero.

Llegamos a Madrid por la mañana. Aún tenemos unas cuantas horas hasta que nos llegue el tiempo de embarque en el avión. Nos dedicamos a pasear por ahí, llegamos hasta el Parque del Retiro (a veces pienso que todos los caminos conducen allí) y nos adentramos en el mismo. Tras un buen rato de recorrido entre aquellos árboles y de ver estatuas o gente corriendo comienzo a cansarme de cargar con el trolley. Por fin llegamos al lago del parque, ya era hora. Nos sentamos a su vera. Únicamente un piragüista se atreve a despertar las tranquilas aguas de aquel gigantesco estanque. Hemos llegado demasiado pronto para observar la típica actividad que en unas horas podrá apreciar cualquier turista.
Llegamos a Callao, entramos en una chocolatería Valor, tomamos unos chocolates con churros, bien cobrados, y también bien pagados tras tanta paliza callejeando por Madrid. Desde allí contactamos con Álvaro y Mariví, quienes se han alojado muy cerca del lugar. Minutos después quedamos con ellos y casi de inmediato les informamos de que viajando en clase supra no hemos visto ni sándwich, ni bebida, ni periódico, y mucho menos azafata. Aún se lo recordaríamos varias veces más durante los próximos días.
Entramos en el metro de Callao. Vamos hacia el aeropuerto. Comienza nuestro viaje.